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Superman - Capítulo 6

El hijo de las Estrellas

Durante casi 27 años, el modulo espacial que escapara a la destrucción de Krypton recorrió el Universo. Utilizando agujeros de gusano y saltos a través de brechas dimensionales, el modulo ha viajado una distancia imposible, atravesando al menos seis galaxias, cada una con sus propias leyes individuales de espacio y tiempo. Ahora, después de tanto tiempo de viaje en solitario, el modulo finalmente se acerca a su destino, el tercer planeta de un sistema planetario centrado en un sol amarillo, al que sus habitantes se refieren con el nombre de Tierra.

En su acercamiento, el modulo atraviesa un denso cinturón de asteroides y aunque la computadora de abordo maniobró con destreza y precisión, no pudo evitar colisiones menores con algunos pequeños fragmentos de roca, restos quizás de un planeta que tuvo un destino no mejor que el de Krypton. La reparación de los daños no se hace esperar, los cristales trabajan a todo dar consumiendo en el proceso enormes cantidades de energía. Para cuando el modulo pasa cerca de la única luna que orbita la Tierra, ya el módulo está consumiendo sus reservas de energía y en consecuencia, su campo de fuerza protector comienza a fallar. Sin esa protección y quedando bajo la influencia de la gravedad del planeta y de las capas superiores de la atmosfera, el modulo choca contra las moléculas de aire y por cuenta de la enorme velocidad a la que se desplaza, esta fricción hace que la temperatura de la cubierta exterior se incremente de forma vertiginosa. Como si temieran lo peor, los fragmentos de Krypton que le acompañaron durante todo el viaje se liberan e ingresan al planeta por su propia cuenta.

En la localidad de Arecibo, al noroeste de la isla de Puerto Rico, se encuentra un emplazamiento monumental, un radiotelescopio cuya antena principal tiene un diámetro de 305 metros, el más grande del planeta. Ya el sol comienza a asomar por el horizonte, proyectando sobre la depresión en la que está construido el radiotelescopio, una sombra igual de imponente. Sobre el reflector principal se encuentra suspendida  una masiva estructura conformada por varias antenas y una cúpula, perfectamente visibles a través de las ventanas del centro de control, donde Frank y Carl cubren los últimos minutos de su turno.

“¿Café?”, pregunta Frank, acercando una taza a su compañero de vigilia, que se encuentra prácticamente dormido, cubierto por una manta color crema que se nota ha tenido varios años de uso pero que aún cumple cabalmente con su eterna misión de proporcionar calor a su propietario.

La consola frente a Carl está llena de monitores de todos los tamaños, cada uno reportando diferentes lecturas captadas por el radiotelescopio y algunos otros equipos de exploración del radioespectro espacial cercano, instalados en los alrededores. Una de estas pantallas comenzó a parpadear con insistencia, llamando la atención de los dos operadores.

“Parece que tenemos otra incursión”, dice Frank sin mucho entusiasmo, acercándose a la pantalla. “De acuerdo a esto, no está reduciendo la velocidad así que podemos estar seguros que no se trata de un visitante extraterrestre”, acota con mofa.

“No es gracioso, Frank. El tiempo apremia y si no encontramos algo pronto, el Congreso y NASA cancelarán el proyecto SETI. Hemos funcionado desde 1970 y ahora estos burócratas quieren echar por la borda todo el esfuerzo realizado. Hemos llegado a la patética necesidad de usar las capacidades de este Observatorio para detectar la aproximación de objetos cercanos a la Tierra, como si fuésemos un vulgar telescopio casero”.

Carl bebe un sorbo de la humeante taza de café y deja ver una mueca de desagrado.

“Ni siquiera nos queda presupuesto para preparar un café decente”, comenta finalmente.

“No deberías quejarte tanto”, replica Frank con desdén. “Nuestra colaboración para la detección de los NEO puede ser lo único que evite que nuestra búsqueda de inteligencia extraterrestre sea considerada algo inocuo y amerite ser archivada por falta de presupuesto”.

Carl deja escapar un profundo suspiro de resignación, deja la taza de café sobre la mesa y se pone frente a su computador para interpretar los datos arrojados por el sistema de rastreo. Un segundo después, la pantalla que Frank observa deja de parpadear.

“Desapareció”, comenta encogiendo los hombros en señal de franca decepción. “¿Pudiste calcular dónde impactaría?”.

Carl toma de nuevo su taza de café y bebe otro sorbo antes de responder.

“En algún lugar de Kansas, no tengo datos suficientes para determinar el sitio preciso de impacto”.

“Bueno, al menos habría tenido mucho espacio no habitado donde caer. Lo más probable es que se haya hecho añicos al contacto con la atmosfera, imagina si no fuera así y cayera en una ciudad densamente poblada como Metrópolis o Gotham… sería terrible para la reputación de NASA y para nosotros si nos equivocáramos”.

“Arecibo nunca se equivoca”, aseguró Carl con soberbia, sin apartar los ojos de la taza que sostenía frente a él. “Si esta belleza no lo detecta es porque simplemente ese NEO ya no existe. Ahora, si tan solo pudiéramos hacer algo para conseguir un café decente…”

El intenso calor causado por los miles de grados Celsius que alcanzara la cara frontal del modulo espacial fundió las puntas de varios de los cristales que hasta hace poco le daban forma de estrella, opacando de paso su belleza cristalina. Aunque la temperatura interna se mantiene estable gracias a los revestimientos aislantes, el modulo habría finalmente sucumbido a la presión y el calor si la computadora de a bordo no hubiera conseguido desviar toda la energía al panel que alimenta el campo de fuerza, restableciéndolo a su máxima capacidad. Al hacerlo, consiguió preservar tanto la integridad del modulo como la de su preciosa carga y como valor agregado, lo hizo invisible a los sistemas de detección creados por los habitantes del planeta. Discreción era la directiva programada por Jor-El durante la etapa de ingreso, no era necesario anunciar su llegada.

Luego de cruzar a salvo la atmosfera superior, los retrocohetes se encienden reduciendo la velocidad de reentrada lo suficiente para extinguir el incendio formado alrededor del campo de fuerza. Lamentablemente ya casi no queda energía y la computadora “sabe” que debe preservar la poca que todavía le queda para garantizar la operación del campo de fuerza tanto como pueda ante lo que ya parece inevitable. Los retrocohetes se apagan y la velocidad de caída aumenta nuevamente. Este es un viaje que no va a terminar con un aterrizaje suave, tal como fuera proyectado por su creador hace tantos años. La computadora hace cálculos finales de aproximación y los repite un millón de veces en unas pocas decimas de segundo, sin conseguir obtener a un resultado diferente. La conclusión es siempre la misma y comienza los preparativos en función de ello. El módulo va a estrellarse violentamente contra el suelo.

La vieja camioneta Ford todavía conserva su color rojo mate original, a pesar de los años y el trajinar que lleva con su dueño actual. Muchas veces ha hecho el camino hasta el centro de la ciudad por este camino de bajo tránsito vehicular para llevar los productos de la granja al mercado y ayudar al sostenimiento de la familia. En esta ocasión sin embargo, no hizo el viaje en función de transportar el grano de maíz o de trigo hasta la distribuidora de Henry Rosenthal, sino que llevó a los Kent hasta el consultorio del doctor Frye, su médico de confianza, para la lectura de unos exámenes médicos que llegaron de Metrópolis en la mañana. Las noticias no fueron alentadoras y por eso, el camino de regreso a la granja estuvo dominado por el silencio, algo completamente fuera de lo normal. Usualmente cuando viajaban juntos, Martha acostumbraba hablar de una cosa y de otra, en tanto que Jonathan se limitaba a escuchar y limitaba sus intervenciones, que mayormente estaban representadas por  un breve “Ajá” de vez en cuando.

“Mi padre solía decir que los médicos no siempre tienen la razón. Podríamos ir a Midvale o Metrópolis y buscar una segunda opinión, ¿qué piensas?”, preguntó Jonathan, cansado de tanto silencio.

Martha tenía la mirada perdida y contrario a lo que pareciera, no observa las praderas que desfilaban a través de su ventana. Jonathan pensó que probablemente no le había escuchado porque ella no respondió nada durante varios segundos. Iba a repetir su comentario, cuando ella se volvió hacia él.

“¿Qué caso tiene? Tú y yo sabemos que no están equivocados, lo hemos sabido desde hace mucho”.

Solloza, se limpia los ojos y la nariz con un pañuelo que saca de su bolso, uno que adquiriera la semana anterior y que hace juego con su vestido negro estampado con círculos de colores y el tocado que le adornaba la cabeza. Está triste y aunque le duele, siente que debe decirle a Jonathan lo que siente para no ahogarse en su propio dolor.

“A pesar de que siempre lo quisimos, nunca voy a poderte dar hijos y lo acepto. Estos exámenes lo confirmaron. Pero tú no tienes porque resignarte, así que si crees que es mejor para ti buscar a una mujer con la que…”

La camioneta se detuvo de golpe. Con las manos fuertemente aferradas al volante, Jonathan contuvo la respuesta airada que casi sale de sus labios. Respira profundo, como le enseñara su madre cuando era pequeño, para darse tiempo de reorganizar las palabras que quiere decir. Luego, delicadamente, acaricia el rostro de su esposa y se las dice con toda la suavidad de la que un granjero de Kansas es capaz.

“Cuando dimos nuestros votos ante el altar, juré que estaría contigo en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad. Y lo dije no porque me sintiera obligado por la tradición, sino porque te amo”. La toma de las manos y las cubre con las suyas, grandes y callosas pero capaces de transmitir calidez y ternura. “No negaré que me ilusioné con la posibilidad de tener un pequeño Jonathan corriendo por la granja o una pequeña Martha jugueteando con sus muñecas. Pero sin ti, ese sueño estaría incompleto y carecería de sentido, así que nunca más vuelvas a sugerir algo tan absurdo como eso, por favor”.

Martha asintió y sonrió aliviada. Aceptó con agrado el beso de su esposo y lo abrazó con fuerza.

“Te amo, Jonathan Kent”, le susurró al oído.

Una vez calmadas las aguas y amainada la tormenta emocional, Jonathan encendió el motor de la camioneta y emprendieron de nuevo el camino de regreso a la granja. Más animada, Martha vuelve a ser ella y comienza a contar algo sobre los preparativos que se están organizando para la feria agrícola de ese año. En ese instante, algo en el cielo llama la atención de los Kent. Los dos observan una estela de humo y fuego que desciende del cielo rápidamente en dirección a ellos. Lo que sea que fuera aquello los habría golpeado de frente si no se hubiera desviado faltando unos pocos metros para alcanzarlos, impactando el suelo a su izquierda. Distraído por aquel fenómeno nada natural, Jonathan no repara en el hueco delante de la camioneta y le pasa por encima, con tan mala suerte que la llanta trasera estalla por la fuerza del impacto.

“Pero qué…”

Jonathan casi pierde el control del vehículo. Como pudo, consiguió orillarse a un lado del camino y se estacionó bruscamente. Estaba agitado y su corazón bombeaba con fuerza. Miró a Martha. Ella estaba bien, un poco aporreada pero definitivamente bien.

“¿Qué fue eso?”, preguntó ella.

“Ni idea”, respondió Jonathan tratando de restarle importancia.

Más preocupado por su camioneta que por ir a curiosear el objeto caído, Jonathan bajó y comenzó a revisar los daños a su vehículo, agachándose cerca de la llanta trasera para darle un mejor vistazo. El caucho de la llanta se había abierto y el neumático estaba reventado, la llanta estaba inservible. Por fortuna la llanta de repuesto estaba en condición de ser usada, aunque sin duda le tomaría varios minutos cambiarla y posiblemente terminaría por ensuciar la corbata que llevaba puesta.

“Vaya, ¿no es esto increíble?”, comentó mientras se quitaba el saco.

Al no escuchar respuesta, se levantó para buscar a su esposa. La encontró mirando hacia los campos, con las manos sobre su boca. Miró en la misma dirección que ella, hacia el enorme campo abierto usado principalmente para pastoreo abandonado por los Miller cuando se mudaron a la ciudad. Allí, una larga zanja de tierra carbonizada se abría paso, extendiéndose por varios metros hasta hundirse de a poco en el suelo para terminar en un pequeño cráter.

Picados por la curiosidad, los Kent se acercaron a aquel cráter. Algo de temor estremeció a Jonathan, ese miedo a lo desconocido que puede paralizarnos y condenarnos o hacernos reaccionar a tiempo y salvar la vida. Intentó advertir a su esposa de que era mejor ser prudentes y esperar a alguien más, aunque bien podrían pasar horas antes que otro vehículo pasara por esta ruta. Como fuera, se tragó los miedos y se apresuró porque Martha ya estaba a pocos pasos del borde, desde donde pudieron apreciar en el fondo un objeto chamuscado y humeante rodeado por lo que parecían ser púas quemadas. Una especie de siseo se escuchó en ese momento, era el sonido producido por el aire comprimido escapando de un contenedor a presión.

“Deben ser los restos de un globo aerostático”, comenta Jonathan sin siquiera creérselo.

Sin previo aviso, aquel siseo incrementó y una gran cantidad de vapor escapó del objeto. Jonathan y Martha se cubrieron el rostro mientras el vapor se expandía bloqueándoles la visión. Varios segundos pasaron antes que el aire se limpiara de nuevo con ayuda de la suave brisa de aquel campo de Kansas. Nerviosos, los Kent se ríen y dan la vuelta para regresar a la camioneta, deteniéndose cuando escuchan un nuevo sonido provenir de aquel objeto. No es el sonido de algún artilugio mecánico desconocido, lo que escuchan es la voz de niño que parlotea en una lengua que ninguno de los dos reconoce. Se dan vuelta y descubren de pie sobre el objeto humeante, a un niño de unos tres años, cubierto tan solo con una manta roja. El niño los mira y les sonríe ampliamente, extendiendo hacia ellos sus dos pequeños brazos.

“¡Dios mío!”, exclama Martha, cubriéndose nuevamente la boca para contener la impresión. ¿Qué clase de monstruo era capaz de poner a un indefenso niño dentro de esa cosa y arrojarlo desde el cielo?

Antes que Jonathan pudiera protestar, Martha tomó al niño en sus brazos y lo llevó consigo.

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Comentarios

  1. ¡Superman ha llegado! Vaya forma de retomar la historia. Pasarán varios capítulos antes que el Hombre de Acero haga su aparición oficial en estas “paginas” pero ya podemos decir que estamos rumbo a ese momento. Comienza aquí un nuevo acto, centrado en los años juveniles del que será luego conocido como el primer superhéroe del mundo. Sigan leyendo, que poco a poco daremos juntos un repaso a la vida a esta leyenda, inspirados por aquella película de 1978 y tantas otras historias tejidas a su alrededor desde entonces.

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