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Escritubre Día 8

El cerrajero gruñón que soñaba con saltamontes bailarines

Jadeaba sin aliento, sus pies tropezaban con todo a su paso en su desespero por alejarse de la música pero sin importar hacía donde corriera, el estruendo de las gaitas y los tambores parecía rodearlo. Cansado, se acurrucó en el piso suplicando que la noche le sirviera de cobertura. Cerró los ojos y contuvo la respiración hasta no aguantar más. Entonces, tal como ocurriera otras muchas veces, al abrir los ojos estaban allí, a su alrededor, bailando al son de la música que inundaba el claro. Miles y miles de saltamontes se contorsionaban al son de esa música estruendosa. Furioso, se puso de pie y sin cuestionarse de dónde salió, tomó un lanzallamas. Apretó el gatillo y una llamarada brotó de la boca de aquel instrumento de destrucción, chamuscando a unos cuantos cientos de bichos. La música cesó, los saltamontes dejaron de bailar, chillaron al unisono y se le abalanzaron encima, cubriéndolo, mordiendo y sofocándolo hasta... despertar.

Roberto se sentó al borde de la cama, miró su celular. “03:00 AM” rezaba la hora en la pantalla del aparato. Había conseguido conciliar el sueño a eso de las 12, así que eso significaba que había conseguido dormir escasas 3 horas. Igual que ayer, el día anterior a ese y otras tantas noches. Lo más triste era que por temor a soñar de nuevo con esos malditos saltamontes, no iba a conseguir dormir de nuevo. Así que se levantó despacio y fue a prepararse un café.

Hacía las siete de la mañana, poco después que Roberto abriera el local instalado en el garaje de su casa, pasó frente a la puerta un vecino de camino a su propio local de abarrotes, situado dos casas más allá. Roberto lo vio pasar desde atrás de su mostrador lleno de llaves sin tallar, llaveros y otras cosas. Como se le había vuelto costumbre, no se molestó en responder al saludo de su vecino, unos pocos años mayor que él. Sabia que no le daría importancia a su falta de cortesía y seguiría de largo, por lo que se sorprendió cuando el hombre se detuvo frente a la puerta y entró a su local.

“¿Necesitas un duplicado de llave?”, preguntó Roberto a manera de saludo.

“Buenos días, Roberto”, respondió calmadamente su vecino. “Ha pasado tiempo desde que conversamos. ¿Cómo has estado?”.

“Bien, gracias, Jonathan”, respondió secamente Roberto. 

¿Y este qué se trae? Se preguntó Roberto. Era cierto que antes solían tertuliar por las tardes, acompañados de una taza de café negro y capuchino con alguno que otro acompañamiento. Pero eso fue hace mucho, antes de…

“Vamos, puedes hacerlo mejor que eso”, insistió Jonathan. “Desde la muerte de Anastasia has estado muy aislado, reservado. He querido ser amable y darte tiempo para el duelo, pero... debo serte sincero, me duele ver la persona en que te estás convirtiendo”.

Roberto, molesto por aquella abrupta irrupción a su privacidad, intentó replicar. Jonathan no se lo permitió.

“Permiteme decirte lo que vine a decirte, luego puedes mandarme al carajo si quieres. En las últimas semanas hemos notado que te has convertido en un viejo ermitaño y gruñón, más que antes. No se si es por la ausencia de tu esposa, pero incluso algunos de tus clientes prefieren caminar cinco cuadras hasta la siguiente cerrajería antes que aguantar tu amargura. Solamente quiero reiterarte lo que te dije ya antes, que cuando necesites hablar con alguien, aquí estaré para escucharte”.

“¿Es todo?”, preguntó Roberto, visiblemente molesto.

“Si”, dijo Jonathan. “Es todo”.

Los dos hombres se quedaron mirando en silencio y conforme la situación comenzaba a tornarse incomoda, Jonathan se despidió con un ademán de mano y dio media vuelta, buscando lentamente su camino de salida.

“Son los saltamontes”, dijo Roberto antes que su amigo saliera, con voz apenas audible.

Jonathan se detuvo y se acercó de nuevo al mostrador.

“¿Perdón?”

“Es cierto que he estado más gruñón que antes y es cierto que necesitaba algo de espacio y tiempo para sanar, para encontrar una razón para continuar ahora que Anastasia no está conmigo. Nada tiene ya sentido, ella era quien traía alegría a esta casa. Y ahora para completar mi desgracia, todas las noches sueño con esos malditos saltamontes bailarines”.

Curioso, Jonathan escuchó a su amigo contarle sobre sus sueños con los saltamontes. De cómo lo perseguían con su música cada noche y de cómo había hecho de todo para deshacerse de ellos: gritarles, patearles, aplastarlos con una aplanadora y más recientemente, quemarlos con un lanzallamas. Y sin importar lo que intente, los bichos lo devoran hasta las entrañas. El mismo sueño cada noche. Jonathan ponderó las cosas un momento antes de expresar sus sentimientos al respecto.

“Sabes, creo que esos saltamontes nos representan a nosotros, a las personas que te estimamos y a las que a patadas quieres mantenernos alejados. ¡Diablos, Roberto! ¿Sabías que tus hijos me llaman una vez a la semana para preguntar por ti? ¡Si hasta a ellos los mantienes al margen de tu vida! Creo sinceramente, que si quieres librarte de ese sueño, deberás hacer algo completamente diferente a todo lo que ya has intentado antes”.

“¿Qué sugieres?”, preguntó Roberto, más interesado en librarse de aquel persistente sueño que en prestar atención a los reclamos de su amigo.

Antes de responder, una mujer en vestido floreado entró presurosa y sujetó a Jonathan del brazo, jalándolo de regreso a la calle.

“¡Con que aquí estás!”, dijo ella. “Disculpa si mi marido te ha incomodado, Roberto. Voy a llevármelo ahora. La tienda no va a atenderse sola y ya tenemos clientes esperando…”

Y sin más, la mujer sacó a Jonathan de la cerrajería.

¿Y ahora?¿Qué sería aquello que iba a sugerir su amigo?, pensó Roberto. “Su amigo”, habían pasado muchos días sin recordar que tenía amigos que lo estimaban y eso le hizo sentirse vivo de nuevo. Quizás no estaba de más reconsiderar su comportamiento, tratar de recuperar algo de esa alegría de antes y honrar de una mejor manera la memoria de su esposa, evocando aquellos días cuando Anastasia y él se bailaban “hasta la corrida de un catre”, como dicen. Quizás...

Dos días después, cuando Roberto abrió la cerrajería, encontró a Jonathan esperando impaciente en la puerta. La impresión de toparse inesperadamente con su amigo hizo que Roberto soltara las llaves al piso y tuviera que sujetarse de la puerta.

“¡Por Dios!¡Que susto me has dado, hombre!”, reclamó Roberto.

“El susto me lo has dado tú, que no has abierto ayer la cerrajería e imaginé lo peor, que hubieras malinterpretado mis palabras. Llamé a tu hija y no pude creer cuando me dijo que habías pasado a visitarla y que luego ibas a ver a tu hijo, que por cierto me llamó en la noche a darme las gracias... y yo si saber por qué. Así que he venido tan pronto me he levantado a que me cuentes qué paso, antes que Martha venga a sacarme de afán para abrir la tienda”.

“Pasa hombre…”, le invitó Roberto.

Jonathan esperó frente al mostrador mientras su amigo entraba a la casa y volvía al rato con dos tazas de café negro y un par de pandebonos.

“Iba a guardarlos para la tarde, pero ya que estás aquí pues comamoslos de una buena vez. Eso si, el capuchino te lo quedo debiendo”, dijo con una sonrisa.

Jonathan apenas si podía digerir el cambio en el comportamiento y animo de su vecino, sentía que ese amigo ausente por tanto tiempo estaba de regreso. Atento, lo escuchó contarle cómo la noche del día que hablaron, de nuevo volvieron a aparecer aquellos saltamontes en sus sueños. Solo que esta vez no huyó de ellos, no se acurrucó y no rebuscó algún arma con la cual exterminarlos. Esta vez hizo caso a si consejo e intentó algo “completamente diferente”. Y funcionó. Los bichos se fueron, el sueño terminó bien y aunque despertó, pudo conciliar de nuevo el sueño y dormir hasta bien avanzada la mañana. Despertó muy animado y fue entonces que decidió ir a visitar a sus hijos. La mejor parte de todo: la noche anterior por fin pudo dormir sin que aquellos ruidosos saltamontes bailarines irrumpieran en sus sueños.

“¿Pero qué fue eso que hiciste?”, preguntó Jonathan con mucha curiosidad mientras mordisqueaba su pandebono.

“Me puse a bailar con ellos”, respondió Roberto con una sonrisa.

Los dos amigos soltaron una carcajada, uno recordando la escena y el otro imaginándola. Y siguieron así un rato más mientras terminaban su café.


Reto original publicado en https://www.youtube.com/watch?v=lRkGPpCtiZs

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