Cierra los ojos, podría jurar que siente la blusa moverse agitada al ritmo del bum-bum-bum de su corazón. La hora se acerca, lo sabe. La oscuridad la rodea en este pequeño rincón donde reposa mientras espera ese llamado final. ¿Era pánico lo que sentía? Desde los 4 años, cuando se montó por primera vez en unos patines, aprendió a domar a esa bestia llamada miedo, a no congelarse ante los imposibles que encontraba en su camino. Pero esto, esto era algo diferente. Cierra los ojos aún con más fuerza deseando que todo termine ya, que el momento pase y poder finalmente descansar. ¿No era acaso eso todo lo que Hamlet pedía? “Morir, dormir, tal vez soñar”. Soñar…
Cuando terminó la universidad tuvo muchas opciones para ejercer su carrera, convertirse en una profesional de éxito en su ramo. Pero ella tenía claro lo que quería y todo lo que trabajó en su momento fue un medio para lograr su verdadero objetivo. “¿Acaso estás loca?”. “¿Vas a desperdiciar tu talento en semejante empresa?”. Tales eran los reclamos que recibía de amigos, compañeros e incluso familiares. Tantos eran que nadie la hubiera culpado de ceder a la presión social para dedicarse a lo de siempre, a aquello que estudió durante tantos días y noches. Y hubiera cedido la verdad sea dicha, de no ser por esas otras voces que una y otra vez le repetían “el estudio es una herramienta, lo importante es que disfrutes lo que haces” y “si esto es lo que quieres y lo que te hace feliz, que así sea. ¡Vamos a por ello!”, palabras con las que su papá y mamá la instaban a continuar luchando por su sueño. Fueron años de temporadas duras y difíciles, como cuando el COVID los hizo a todos guardarse en casa y necesitó reinventarse para seguir adelante.
Su respiración parece no poder seguir el ritmo de su corazón y siente que el aire que alcanza a atrapar en sus pulmones no le es suficiente. ¿Está sentada? ¿Cuánto tiempo lleva allí? Nadie parece notar que se desvanece, quizás porque no hay nadie alrededor. Está sola. “Aguanta unos minutos más”, se repite en silencio. “Esto pronto terminará”, se dice para mantener la calma. Dicen que al acercarse la hora de la muerte toda tu vida pasa frente a tus ojos. Ni idea quien lo dijo porque nadie parece haber regresado del más allá para confirmarlo (excepto Jesús pero nada dice la Biblia al respecto). De todas formas, haciendo eco a esa creencia, rememora en su cabeza momentos entrañables, no necesariamente agradables: El día de su graduación, el funeral de su madre, su primera entrevista de trabajo, el día en que registró la solicitud para la apertura de su escuela y el día de su inauguración…
“Estoy muy nerviosa, me estoy quedando sin aire…”, dice casi sin aliento.
“Siéntate un momento”, le dice Clarissa, su mano derecha en esta aventura, acercándole una silla. Se sienta junto a la puerta abierta en par en par, bajo el letrero que en letras grandes y coloridas rezaba “Preescolar Tesoros Invaluables”. Apoya sus manos sobre las rodillas y respira profundo.
“Buenos días, Miss”, la saluda una vocecita.
Al levantar la vista, ve frente a ella a un niño de cabellos rojos alborotados, con una sonrisa dibujada entre las pecas que adornan sus cachetes. Su madre y padre lo escoltan.
“Buenos días”, responde ella retornándole una sonrisa. “¿Cómo te llamas?”.
“Mateo”, responde el niño.
“Bueno Mateo, bienvenido”, le da un abrazo y le señala el interior de la escuela. “Sigue nomás, ya no deben tardar tus demás compañeros”.
Y así fue, al poco rato llegaron los demás niños. Fueron doce en total ese día, quince al final del año para el curso de Prejardin y otros tantos para los cursos de Párvulos. Mateo fue el primero en llegar, el primer alumno de su escuela. Han pasado ya muchos años desde ese día, lo recuerda con profundo agrado y la emoción le gana al barullo de su propia respiración, ya puede respirar mejor y su corazón ya mantiene un ritmo mucho más moderado. Abre los ojos al escuchar el anuncio que la mantenía a la expectativa, de viva voz de aquel niño pelirrojo, Mateo, ahora convertido en todo un adulto, empresario y por lo que le habían contado sus padres, muy dado al rescate de parques y causas sociales similares en favor del medio ambiente. Que orgullo saber que él y muchos y muchas como él, habían pasado por su escuela, habían sido sus alumnos y ahora transitaban por la vida siendo personas de bien. Seguramente habría alguno por ahi que se habrá desviado del camino, pero mejor desearle buenos pensamientos y centrarse en las cosas positivas.
“Y ahora con uds, la mujer que inició este proyecto hace 25 años y que me dio la bienvenida a su escuela”.
Se pone de pie, sale de detrás de la cortina donde aguardaba y avanza al centro del salón de eventos. Frente a ella, alumnos, alumnas, padres, profesores y profesoras de ahora y de ayer, tantas caras conocidas, otras no tanto, todas llenando el auditorio con el estruendo de sus palmas al aplaudir. Sonríe y trata que la emoción que resbala por sus mejillas en forma de lágrimas no le haga olvidar el pequeño discurso que tiene preparado. Todos están allí para celebrar los primeros 25 años de su proyecto de docencia, de su amado “Preescolar Tesoros Invaluables” y quizás, para responder a la pregunta más difícil de todas: “¿Y ahora qué?”.
“A por otros 25 años si Dios así lo quiere”, se responde sin dejar de sonreír. “¡Vamos a por ello!”
Reto original publicado en https://www.youtube.com/post/Ugkxd7pmS2M0GixAC1lChYE2c_h7zxgoG_yw
Me encantó... vamos, Dios quiera, por esos Tesoros Invaluables.
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