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Estrellas en colisión - Capítulo 9

El juego del ratón



“¿¡Los prisioneros han escapado!?”, exclamó Dackra con incredulidad al escuchar la noticia de labios del suboficial que tenía frente a él.

El teniente servía bajo las ordenes del Gran Almirante Sarn en la estación científica emplazada en Imraad Alpha bajo supervisión de la DCI. Sin duda sus superiores estarían poco dados a aceptar y mucho menos a perdonar, que hubieran permitido a los espías escaparse. Inmediatamente, ordenó al suboficial y a dos soldados más acompañarlo a la bodega donde encerraron a los intrusos. Quería confirmar la mala noticia antes de notificarlo al Gran Almirante.

Cuando llegaron, el guardia en la puerta de entrada a la bodega le aseguró a Dackra que no se había apartado un solo minuto de su puesto y que recién descubrieron la fuga cuando unos minutos antes, el suboficial enviado por Dackra vino a buscarlos para enviarlos al Avenger por petición del capitán Needa.

“Es imposible, este almacén no tiene otro acceso…”, murmuró Dackra luego de entrar a la bodega. Aparte de las cajas allí arrumadas, no había nadie más. Los tres hombres que encerrara temprano ese día ya no estaban. Salió de nuevo y se acercó a un panel de control ubicado cerca a los controles de acceso a la bodega. Activó el intercomunicador ahí instalado y dictó unas cuantas órdenes.

Tres hombres con uniformes de técnicos de mantenimiento llegaron a la bodega al poco rato. Dackra los reconoció como técnicos de mantenimiento de la base.

“Finalmente llegan. ¡Quiero saber cómo escaparon los prisioneros si esta puerta nunca se abrió!”

Los técnicos consultaron sus computadoras portátiles, estudiaron los planos de la bodega e intercambiaron comentarios. Se acercaron a una pila de cajas apoyadas contra la pared. Uno de ellos sacó un escáner y lo apuntó a la caja más alta. En la pantalla del escáner apareció una imagen digital mostrando la pared oculta por la caja. Allí podía visualizarse una escotilla que según los planos, daba acceso a los túneles de ventilación.

“Esta es la única forma de salir”, concluyó uno de los técnicos. Llamó a Dackra y le compartió sus conclusiones, mostrándole la imagen del escáner.

“Por supuesto que esa escotilla ofrece una salida de esta bodega. Es por esa misma razón que ordené que apilaran estas cajas aquí, para bloquearla”, le gritó al técnico, furioso.

“De acuerdo con la imagen, la puerta de esa escotilla se encuentra abierta, teniente”, dijo el técnico en su defensa.

Dackra no salía de su asombro. Se acercó a la pila de cajas. Para armar esa pila habían usado una grúa. Aunque no resultaba difícil escalar la pila de cajas y llegar arriba, no había forma de que tres hombres, sin ayuda de maquinaria alguna, pudieran mover la caja más alta y más pesada para poder acceder a la escotilla. Esa no podía ser la ruta de escape, era imposible.

“Que revisen cada túnel de ventilación en la base, quiero que encuentren a los intrusos ¡y quiero que los encuentren ya!”, ordenó vociferando y retirándose con grandes zancadas. No quedaba más remedio que notificar al Gran Almirante.

Mientras, en uno de los muchos túneles de la base, Montgomery Scott y Allec Kemra se arrastraban siguiendo la guía del corelliano. Kemra se mostró divertido al notar como Scotty lo observaba de reojo de vez en cuando, con una mezcla de asombro y temor.

“¿Hay algo que quieras saber?”, preguntó Kemra.

Scotty dudó un momento antes de contestar.

“Bueno, sólo… ¿cómo hiciste para mover esa caja sin tocarla? Se veía muy pesada”

Kemra sonrió divertido. Hacía mucho que no disfrutaba del asombro que sus habilidades podían despertar a los ojos de los demás mortales.

“Es sólo un pequeño truco que aprendemos como parte del entrenamiento básico que recibimos para convertirnos en Caballeros Jedi. ¿Cómo es que dicen en tu mundo? Aprender a caminar antes de aprender a correr. Bueno, usar la Fuerza para mover cajas es algo que aprendes antes de aprender a caminar” y soltó una risa de satisfacción.

La verdad es que mover la caja en la bodega para poder acceder a la escotilla no le tomó mayor esfuerzo, pero aprender a hacerlo no fue algo tan trivial como quería hacerlo ver. De pequeño, cuando era un Padawan en entrenamiento en los jardines del Consejo, allá en Coruscant, pasó muchas horas tratando de apilar un grupo de cajas durante las clases que recibía del gran maestro Yoda.

“La Fuerza fluye a través de cada creación del universo, sea un ser vivo o una caja”, les dijo Yoda y con un movimiento de manos apenas perceptible, les enseñó como poner una caja sobre otra, sin importar que tan pesada fuera.

“Pero que chiste tiene eso, cuando podemos usar una grúa como la que está por allá”, dijo uno de los niños de la clase, señalando la grúa que usara el personal de logística para llevar hasta allí las cajas. Eran unos diez niños en clase, una de las más concurridas de los últimos años, Kemra entre ellos. Todos estaban un tanto impresionados por la burla de su pequeño compañero.

Yoda no replicó. El maestro Jedi, corto en estatura y muy entrado en años, hizo un movimiento igual de suave al que usara antes para mover la caja. Eso bastó para que la grúa comenzara a levitar por los aires, flotando hasta quedar sobre las cajas. Parecía desafiar la gravedad y no pesar más de lo que lo haría un globo de helio. Entonces, Yoda liberó la maquina y ya libre de las cuerdas invisibles que la hacían flotar, cayó sobre las cajas aplastándolas.

“Aprender a convivir con la Fuerza debemos, para usarla y realizar proezas como esta”. Y acercándose al joven Padawan que quiso hacerse el chistoso un momento antes, lo golpeó en la cabeza con el bastón que le servía de apoyo al caminar. “Ahora joven Obi-wan, levantar la grúa debes para poder sacar lo que queda de las cajas y continuar con la clase”.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Kemra. “¿Por qué tengo esta sensación de melancolía?”, se preguntó. “Obi-wan, amigo… ¿qué ha sido de ti?”.

En ese momento, Tane Boman, el corelliano, se detuvo y les hizo señas para que se acercaran. El túnel en ese punto era lo suficientemente ancho para que los tres pudieran acercarse a una escotilla. Del otro lado se podían ver las naves aparcadas abajo, en el hangar de la estación. Tane le pidió a Kemra que usara su magia una vez más y como hiciera antes en la bodega, Kemra usó la Fuerza para romper las soldaduras de la escotilla y quitar la tapa enrejada, que cayó en dirección al suelo del hangar. Estaban cerca del techo y desde esa altura, el estruendo de la tapa al golpear el metálico piso sería tal, que alertaría a cuanto soldado hubiera cerca. Antes que eso ocurriera, Kemra usó sus habilidades para sostenerla y depositarla suavemente en el piso, sin hacer ruido.

Los tres hombres salieron del túnel, Kemra primero, para luego ayudar a bajar a los otros dos de la misma forma que hiciera con la tapa, sosteniéndolos en el aire y bajándolos suavemente con ayuda de la Fuerza. Avanzaron por entre las naves, unas doce entre transbordadores y cazas, siguiendo a Tane hasta llegar a una nave que parecía más un disco destartalado.

“Esta es, señores. La Estrella de Corellia”, dijo Tane con orgullo. Se acercó a la entrada y luego de ingresar un código de seguridad en un panel numérico junto a la puerta, les invitó a seguir. “Todos a bordo, para que podamos irnos de este lugar”.

“Muchas gracias, Tane. Pero creo que no iremos”, dijo Kemra.

“¿Qué? ¿Acaso piensan quedarse aquí para que los encierren de nuevo? ¿Están locos?”.

“Como solía decir un viejo amigo mío, tu sendero y el nuestro siguen diferentes caminos, Tane. Y si nos indicas donde está la nave con forma de ave de rapiña que mencionaste antes, estaremos bien”, respondió Kemra.

Tane le indicó la dirección en que debían dirigirse, les dio algunas instrucciones adicionales y se despidió.

“Ustedes se lo pierden”, dijo mientras cerraba la puerta de la Estrella.

Scotty y Kemra salieron del hangar y recorrieron el pasillo de la derecha. Tuvieron suerte porque no encontraron soldados ni técnicos en su camino, que iba ensanchándose de a poco hasta terminar en una gran puerta de metal que iba de pared a pared y del piso al techo.

“Puedes usar otro de tus trucos básicos para abrir esta puerta”, preguntó Scotty.

Kemra no sabía si Scotty hablaba en serio o no, pero aún si tuviera su sable láser, dudaba que pudiera abrir una puerta de semejante tamaño. A su izquierda había una puerta más pequeña, con una cerradura electrónica simple. Kemra abrió la puerta, daba a un pequeño armario usado para guardar herramientas. Llamó a Scotty y cerró la puerta.

“¿Qué estamos haciendo aquí?”, quiso saber Scotty, algo nervioso.

“Espera y lo sabrás”, contestó Kemra poniendo el dedo índice sobre sus labios, indicándole a Scotty que guardara silencio.

Una potente explosión se dejó escuchar por todo el lugar, incluso dentro del pequeño armario. Acto seguido sonaron sirenas y el sonido de algo pesado desplazándose. “¡La puerta!”, pensó Scotty. Oyeron muchos pasos por el pasillo, sin duda producidos por las botas de un pelotón de soldados corriendo al lugar del incidente. Cuando ya no se escucharon mas, Kemra abrió de nuevo la puerta del armario y los dos salieron. La gran puerta continuaba abierta, en el afán no se habían molestado en cerrarla después de salir.

“¿Qué pasó?”, quiso saber Scotty.

Kemra se encogió de hombros.

“Un golpe de suerte. Sospecho que nuestro amigo Tane decidió irse con un gran estallido. Mejor aprovechamos la distracción para encontrar lo que hemos venido a buscar”.

Los dos entraron a la enorme bodega que se encontraba tras la gran puerta. Al fondo estaba su objetivo, frente a ellos, detrás de muchos equipos y un grupo de técnicos que continuaban allí trabajando. Uno de ellos, el que parecía tener el más alto rango, los vio y se acercó, apoyando su mano derecha sobre el arma que colgaba de si cinturón.

“¿Quiénes son ustedes?”, preguntó en tono amenazante.

“Creo que esta no es forma de dirigirse a dos emisarios del Emperador”, respondió Kemra, desafiante.

“¿Emisarios? No me lo creo”, replicó el técnico. “Ustedes no…”

“Los estábamos esperando, debieron informarnos que eran ustedes”, dijo Kemra con una voz suave, apenas perceptible pero definitivamente hipnotizante. El técnico repitió las palabras de Kemra como si fueran las suyas propias, mientras Scotty miraba asombrado. Podía no entender el idioma, pero sabía lo que allí estaba pasando. McCoy le había comentado del pequeño acto de circo de Kemra con los guardias de seguridad de la Enterprise. Por supuesto, Scotty no le creyó entonces. Pero luego de ver con sus propios ojos las proezas de las que era capaz, no tuvo más remedio que aceptarlo. En otras circunstancias, este Kemra al que apenas conocía, podría ser una persona de mucho peligro.

“Vamos a darles algo de privacidad. Volveremos en una hora”, dijo el técnico recitando textualmente las palabras que Kemra acababa de pronunciar. Llamó a los demás y todos salieron. La gran puerta se cerró dejándolos adentro, solos.

“Déjame adivinar”, dijo Scotty casi sin poder creerlo, “este es otro de los trucos aprendidos en tu entrenamiento básico como Jedi”.

“No”, replicó Kemra, de nuevo sonriendo. “Este lo aprendemos en uno de los cursos avanzados”. Y señalando a la enorme nave agazapada al fondo de la bodega, preguntó: “¿Crees que nos servirá para revivir los motores de la Enterprise?”.

Scotty posó sus manos en las caderas y miró con admiración la nave allí aparcada. Tenía la forma de una gran ave de rapiña y no en balde era referida como tal en los catálogos de la Federación.

“Es casi seguro, si la sala del reactor está intacta”.

Juntos avanzaron hacia la nave. No era la primera vez que entraba en una nave caza de estas, pero era la primera vez que se alegraba de hacerlo. Unos segundos después, desaparecieron dentro de las entrañas de esa magullada pero aparentemente todavía funcional Ave de Presa Klingon.

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