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Escritubre Día 7

Todo por ese pequeño detalle

Viernes por la mañana. Andrea estacionó su auto compacto amarillo y bajó para acercarse a la reja enorme que cubría el portal de entrada. A menos que estuviera relacionado con iglesias o salones de recepción, siendo una recién llegada a la ciudad desconocía la historia detrás de muchos de los lugares que pudieran considerarse “icónicos” y este tenía toda la pinta de ser uno de esos. Alta como para rozar las ramas de los árboles sembrados a cada lado y ancha lo suficiente como para permitir el paso de dos vehículos si fuera necesario, servía a su dual propósito de mantener fuera a los indeseados y protegidos a quienes estuvieran dentro. A la derecha, sostenido por un poste de metal, estaba una caja cerrada de donde provino una voz áspera.

“¿Qué se le ofrece?”, preguntó.

“Soy la planificadora de bodas, la wedding planner. Tengo una cita con…”

La reja comenzó a abrirse antes que terminara su presentación. Andrea regresó a su auto y tan pronto cruzó por el espacio abierto en el portal, la reja comenzó a cerrarse de nuevo. Condujo por un camino cubierto con losas de ladrillo mayormente y adornado a cada lado con flores de colores. Luego de varios metros, los suficientes para que los árboles no permitieran la vista de la casa desde afuera, llegó a su destino. La casa ante ella le produjo una sensación extraña, no sabía si representaba un castillo de princesa de cuentos de hadas o un mausoleo propio de una película noventera de slashers.

“Es tu primera cliente en esta ciudad”, se repitió Andrea. “Asegúrate de causar una buena impresión”.

Con su portafolio bien sujeto bajo el brazo y su ancho bolso gris colgando del hombro opuesto, caminó a la puerta de entrada ya abierta. Allí, un hombre bajo, de facciones bruscas y discutible gusto para elegir su atuendo al combinar una playera de colores rimbombantes con un pantalón caqui al menos dos tallas más grande, la esperaba.

“Sigame”, dijo secamente.

Andrea esperó pacientemente durante veinte minutos de pie, sola en un salón amplio, rodeada de muebles aparentemente elegantes que no podía detallar o usar porque estaban cubiertos por gruesas lonas color crema, algunas con rastros de manchas cafés que no habían podido quitar luego de muchas lavadas. Enormes cuadros cubiertos en plástico adornaban las paredes recién pintadas y candelabros enormes colgaban de un techo lo suficientemente alto como para marearse sólo con mirar hacia arriba. Cansada y humillada, decidió que no iba a esperar más. Se dio vuelta para irse de ese lugar, mismo que por alguna razón le crispaba los nervios y fue en ese momento que se llevó el susto de su vida. Frente a ella, blanca como el elegante vestido artesanal que llevaba puesto, con una mirada tan falta de vida como la fingida sonrisa en sus labios, encontró a su potencial cliente, la novia que había venido a asesorar.

“¿Qué le parece este modelo?”, preguntó la novia, con sus manos en la espalda posiblemente para realzar el volumen en sus escasos senos.

“Es un vestido Versacé de la colección del 2008”, respondió Andrea saliendo de su estupor inicial. “Elegante y funcional pero ya pasado de moda. Claro que si eso no es inconveniente…”

“Lo es”, interrumpió la novia. Chasqueó sus dedos y al instante el hombre bajo que atendiera a Andrea llegó a su lado salido de quién sabe donde. Le murmuró algo al oído, él asintió y se retiró de nuevo. “Creo que hice bien en despedir a la planner anterior”, dijo finalmente forzando una risa sosa.

“¿Podemos ir a algún otro lugar para que hablemos de su boda?”, preguntó Andrea, deseosa como estaba de salir de aquel salón.

“No veo por qué no, pero el resto de la casa sigue en remodelación, ya sabes, para la boda”.

“Veo”, respondió ella resignada. “Entonces podemos hablar un poco sobre los detalles que quiere para…”

“Por supuesto”, interrumpió de nuevo la novia. “Quiero una boda perfecta, ¿sabe? Comenzando por el vestido, de preferencia uno que esté de moda, ya sabes como son en las redes sociales, me hubieran crucificado de salir con este vestido, así que te debo la vida por evitarme esa humillación. Quiero que la ceremonia se realice en la iglesia de Nuestra Señora de la Redención y que Monseñor Ortega la realice. El templo debe estar adornado con flores por todas partes, tal vez margaritas, crisantemos y anémonas, blancas, azules y purpuras, pero no amarillas, odio el amarillo. Para las damas de honor el vestido debe ser elegante pero no deben compararse con el mio, ni de lejos. La atención debe estar siempre en la novia, ¿verdad? Y por supuesto, para la recepción los invitados deben venir completamente elegantes, quiero comida italiana en la cena y la velada debe estar amenizada por un interprete nativo italiano, que sea parecida a… no, no parecida, que sea tal cual como en la boda de Connie y Carlo en la secuencia inicial de El padrino. ¿Qué te parece?”.

Andrea, que había estado tomando notas en una hoja en blanco apoyada en una carpeta que sacó de su portafolio, sonrió condescendiente. Pensaba en cómo responder a las sugerencias de su cliente de la mejor manera posible.

“Este… La iglesia de Nuestra Señora de la Redención no ha celebrado matrimonios en una década, lo se porque investigué las iglesias más reconocidas de la ciudad. Y respecto a Monseñor Ortega, fue llamado al Vaticano la semana pasada para responder por serias acusaciones de pedofilia y corrupción”.

Revisó de nuevo sus notas, ignorando la fría mirada de la novia. ¿Lamentaba decepcionarla y destrozar sus sueños? En absoluto. La había dejado esperando veinte minutos y la obligaba a permanecer en ese horrible salón, se lo merecía. Ocultando su satisfacción pasajera, continuó.

“Lo de las flores está bien, aunque sugeriría usar rosas, girasoles o lirios trompeta blancos, que son de lejos más apropiadas para matrimonios. Las otras son muy bonitas pero suelen estar asociadas a eventos funerarios, nada elegante. Y no he visto El padrino, lo siento, es una película de una generación anterior. Quizás quisiera considerar, al igual que con el vestido, algo más moderno. En este portafolio tengo...”

“¿Que no ha visto El...?”, interrumpió la novia, en lo que ya empezaba a ser una fastidiosa costumbre. Su impresión al respecto resultó tal, que no pudo terminar su oración. Los músculos en sus brazos se notaron tensos al igual que las líneas de expresión en su rostro.

Andrea reconoció el tono de voz, lo había escuchado antes en otras novias a las que había aterrizado respecto a sus ideas de lo que era “la boda de sus sueños”. Berrinche y pataleta, todas eran iguales. Ahora tendría que consolarla para que le diera el beneplácito de mostrarle su portafolio y sus ideas para organizar en verdad una boda perfecta. Cerró el portafolio y abrió sus brazos con la firme intención de abrazarla para poder continuar.

El corte fue rápido y certero. La raja en su cuello sangró casi que inmediatamente y la sangre se regó por todos lados. Andrea se desplomó sobre sus rodillas con la cabeza gacha y los ojos muy abiertos, observando toda esa sangre salir de ella y sin poder entender que estaba pasando. Nunca vio el cuchillo de carnicero que la novia sostuvo durante todo el tiempo que tuvo las manos en la espalda. Luego de unos segundos eternos sin poder siquiera preguntar “¿porqué?”, la cabeza de Andrea se golpeó contra el suelo, inerte, sin vida.

“¡Joaquina!”, gritó una voz a espaldas de la novia. “¿Qué diablos pasa aquí?”.

La mujer tomó el cuchillo y se lo entregó al hombre ya mayor, de barba y barriga abultadas que acababa de entrar al salón. No estaba horrorizado por el escenario de muerte que encontró pero si se le notaba molesto con la mujer.

“¿Otra vez?”, cuestionó el hombre, cubriéndose el rostro con su mano en señal de desespero.

“Consigue otra planeadora de bodas, papá. Y otro vestido, este ya está manchado y es de una colección pasada de moda”. La novia le dio un beso en la mejilla a su padre y antes de retirarse, recalcó: “Y asegúrate que la próxima por lo menos haya visto El padrino una vez en su vida”.


Reto original publicado en https://www.youtube.com/watch?v=bVXXI1O4CYA

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