Hombre caído
El hombre volador atrapó el cuerpo de Jonathan antes que golpeara el suelo. Clark y Martha se abalanzaron sobre ellos, gritando desesperados. El hombre volador sabía que hacer, qué decir. Lo había sabido durante los últimos veinte años.
"Tranquilos, todo va a estar bien".
Con mucho cuidado, aquel desconocido acostó a Jonathan en el suelo y concentró su mirada en el pecho del granjero. Martha no comprendía qué ocurría, pero Clark si podía verlo con sus sentidos agudizados, así no pudiera comprenderlo. De aquellos ojos azules se proyectaban dos líneas de energía que atravesaban el cuerpo de Jonathan, calentando puntos clave de su corazón, más específicamente, las junturas de las arterias coronarias, cauterizando lenta pero seguramente, las rupturas que produjeron la obstrucción que desencadenó aquel infarto. Terminado aquel procedimiento quirúrgico, el hombre le dio respiración boca a boca y alternadamente posó la palma de su mano sobre el pecho de Jonathan, presionando tres veces. Repitió e l procedimiento un par de veces más, hasta cuando Clark escuchó palpitar el corazón de su padre. Una sonrisa apareció en los labios del niño y de su madre, cuando vieron a Jonathan respirar de nuevo y abrir perezosamente los ojos.
Martha se arrodilló al lado de su esposo y lo abrazó. Clark se unió a ellos y los ojos del hombre volador se enlagunaron ante la escena. Se enjugó los ojos y lentamente comenzó a elevarse en el aire, sin mayor esfuerzo que el que toma a la mayoría de los mortales caminar un par de pasos. Un tirón en su larga capa le hizo detenerse y volverse hacia los Kent. Los tres le observaban con curiosidad, especialmente Jonathan, que le sostenía de la capa y sonreía de una forma especial, con una expresión en sus ojos que le decían sin necesidad de palabras ociosas, lo orgulloso que se sentía. El hombre volador asintió con la cabeza y sin más, Jonathan lo dejó ir. Y mientras se alejaba, contempló al granjero abrazar fuertemente a su pequeño hijo.
En medio del maizal, Imra usaba troncos, rocas y cuanto objeto encontraba a su alcance para entorpecer los esfuerzos de Black Mace para acabar con su vida. Sus escudos de energía síquica podían contener una avalancha, pero de nada servían contra su mazo, adaptado específicamente para neutralizarlos. Finalmente, su persistencia fue premiada y Mace consiguió lo que un tirador llamaría un tiro limpio. Dejó caer su mazo con toda su fuerza sobre el cuerpo indefenso de la mujer. La fuerza del golpe produjo un estruendo tal, que podría decirse que pudo escucharse hasta Metrópolis.
Kenny Braverman era reprendido por su padre por su falta de colaboración en las labores de la granja, por su bajo rendimiento en los deportes, en el estudio o por cualquier razón que lo justificara. La misma rutina de cada día. Así que cuando aquel estruendo hizo que su atención se desviara, Kenny aprovechó para encerrarse en su cuarto. Se tiró en la cama y apagó la luz. En la soledad de su cuarto, para nada se preocupó por la causa de aquel sonido. Tan sólo se relajó con los destellos verdes que emanaban de su cuerpo y que aprendía a controlar de a poco cada día.
Pete Ross de nuevo se sobresaltó. Otro trueno y nada de nubes en el cielo. Esta vez no continuó con su lectura. Guardó sus historietas en el cajonero al lado de su cama y se metió bajo las cobijas. No le gustaba para nada el sonido de aquellos truenos.
El mazo se estrelló estrepitosamente contra pectorales que alguna vez soportaron el embiste de la criatura del Juicio Final. A pesar de la energía liberada al contacto y de lo estruendoso del impacto, ni el mazo ni el hombre volador sufrieron daño alguno. No podía decirse lo mismo de Black Mace. El mercenario seguía desconcertado por aquella inesperada aparición, cuando un puño de acero se estrelló en su rostro, arrojándolo a varios metros de distancia.
"¿Estás bien?", preguntó mientras ayudaba a Imra a ponerse de pie.
"Lo estaré", respondió ella telepáticamente.
De pronto, el hombre volador hizo una mueca de dolor y cayó al suelo en medio de convulsiones. Su fortaleza y valores eran tales, que su leyenda se extendía por planetas y siglos por venir. Había atravesado soles, sobrevivido a más de un encuentro directo con el tirano regente de Apokolips y salvado al mundo de infinitas crisis. Eso daba una dimensión de la clase de dolor que ahora le obligaba a doblegarse y que iba en aumento, conforme las conexiones atómicas de las moléculas que daban forma a su cuerpo comenzaban a fragmentarse.
"Parece que Kal-El morirá esta noche, después de todo", comentó con sarcasmo Black Mace, regresando de entre las sombras con su mazo electrificado.
El hombre volador atrapó el cuerpo de Jonathan antes que golpeara el suelo. Clark y Martha se abalanzaron sobre ellos, gritando desesperados. El hombre volador sabía que hacer, qué decir. Lo había sabido durante los últimos veinte años.
"Tranquilos, todo va a estar bien".
Con mucho cuidado, aquel desconocido acostó a Jonathan en el suelo y concentró su mirada en el pecho del granjero. Martha no comprendía qué ocurría, pero Clark si podía verlo con sus sentidos agudizados, así no pudiera comprenderlo. De aquellos ojos azules se proyectaban dos líneas de energía que atravesaban el cuerpo de Jonathan, calentando puntos clave de su corazón, más específicamente, las junturas de las arterias coronarias, cauterizando lenta pero seguramente, las rupturas que produjeron la obstrucción que desencadenó aquel infarto. Terminado aquel procedimiento quirúrgico, el hombre le dio respiración boca a boca y alternadamente posó la palma de su mano sobre el pecho de Jonathan, presionando tres veces. Repitió e l procedimiento un par de veces más, hasta cuando Clark escuchó palpitar el corazón de su padre. Una sonrisa apareció en los labios del niño y de su madre, cuando vieron a Jonathan respirar de nuevo y abrir perezosamente los ojos.
Martha se arrodilló al lado de su esposo y lo abrazó. Clark se unió a ellos y los ojos del hombre volador se enlagunaron ante la escena. Se enjugó los ojos y lentamente comenzó a elevarse en el aire, sin mayor esfuerzo que el que toma a la mayoría de los mortales caminar un par de pasos. Un tirón en su larga capa le hizo detenerse y volverse hacia los Kent. Los tres le observaban con curiosidad, especialmente Jonathan, que le sostenía de la capa y sonreía de una forma especial, con una expresión en sus ojos que le decían sin necesidad de palabras ociosas, lo orgulloso que se sentía. El hombre volador asintió con la cabeza y sin más, Jonathan lo dejó ir. Y mientras se alejaba, contempló al granjero abrazar fuertemente a su pequeño hijo.
En medio del maizal, Imra usaba troncos, rocas y cuanto objeto encontraba a su alcance para entorpecer los esfuerzos de Black Mace para acabar con su vida. Sus escudos de energía síquica podían contener una avalancha, pero de nada servían contra su mazo, adaptado específicamente para neutralizarlos. Finalmente, su persistencia fue premiada y Mace consiguió lo que un tirador llamaría un tiro limpio. Dejó caer su mazo con toda su fuerza sobre el cuerpo indefenso de la mujer. La fuerza del golpe produjo un estruendo tal, que podría decirse que pudo escucharse hasta Metrópolis.
Kenny Braverman era reprendido por su padre por su falta de colaboración en las labores de la granja, por su bajo rendimiento en los deportes, en el estudio o por cualquier razón que lo justificara. La misma rutina de cada día. Así que cuando aquel estruendo hizo que su atención se desviara, Kenny aprovechó para encerrarse en su cuarto. Se tiró en la cama y apagó la luz. En la soledad de su cuarto, para nada se preocupó por la causa de aquel sonido. Tan sólo se relajó con los destellos verdes que emanaban de su cuerpo y que aprendía a controlar de a poco cada día.
Pete Ross de nuevo se sobresaltó. Otro trueno y nada de nubes en el cielo. Esta vez no continuó con su lectura. Guardó sus historietas en el cajonero al lado de su cama y se metió bajo las cobijas. No le gustaba para nada el sonido de aquellos truenos.
El mazo se estrelló estrepitosamente contra pectorales que alguna vez soportaron el embiste de la criatura del Juicio Final. A pesar de la energía liberada al contacto y de lo estruendoso del impacto, ni el mazo ni el hombre volador sufrieron daño alguno. No podía decirse lo mismo de Black Mace. El mercenario seguía desconcertado por aquella inesperada aparición, cuando un puño de acero se estrelló en su rostro, arrojándolo a varios metros de distancia.
"¿Estás bien?", preguntó mientras ayudaba a Imra a ponerse de pie.
"Lo estaré", respondió ella telepáticamente.
De pronto, el hombre volador hizo una mueca de dolor y cayó al suelo en medio de convulsiones. Su fortaleza y valores eran tales, que su leyenda se extendía por planetas y siglos por venir. Había atravesado soles, sobrevivido a más de un encuentro directo con el tirano regente de Apokolips y salvado al mundo de infinitas crisis. Eso daba una dimensión de la clase de dolor que ahora le obligaba a doblegarse y que iba en aumento, conforme las conexiones atómicas de las moléculas que daban forma a su cuerpo comenzaban a fragmentarse.
"Parece que Kal-El morirá esta noche, después de todo", comentó con sarcasmo Black Mace, regresando de entre las sombras con su mazo electrificado.
Capítulo siguiente: Una voz de aliento
Capítulo anterior: El hombre volador
Guao! Buena dosis de acción y un final de infarto (aunque no tan literal como el del capítulo anterior). Estamos a un par de capítulos del final, así que mantenganse en sintonía.
ResponderEliminarY para los que están pendientes cada miércoles (¿alguién?) me disculpó por no haber podido publicar este capítulo ayer. Pero ya estamos de regreso en nuestro horario habitual. Así que, hasta la próxima semana!