Sorpresa en el granero
Clark bordeó la esquina, vio la camioneta de su padre entrar a la granja y se detuvo, ya no corrió más. Por mucho que quería llegar y abrazarlo, sabía que iban a reprenderlo por estar afuera tan tarde y es que para cuando llegó a la verja de la entrada, ya las estrellas comenzaban a poblar el cielo nocturno. Se ajustó la chaqueta roja, su segunda chaqueta favorita y que ahora se había convertido en la primera, ya que aquella otra la había perdido en la mañana. Exhaló un pronunciado suspiro y continuó camino a la casa con paso lento.
Mientras caminaba, Clark rememoró los acontecimientos del día y por mucho que lamentaba haber lastimado a su amigo, se maravillaba de haberlo podido derribar, algo que nunca había podido hacer antes. Ni que decir del salto con que alcanzó la cima del viejo molino o el haber recorrido la distancia desde la casa de los Lang en unos pocos segundos. Con algo más de esfuerzo, estaba seguro que podría salvar esa distancia en menos tiempo del que tomaba a su padre recorrerlo en la camioneta. Quizás incluso podría ser más rápido que el tren de la mañana, que pasaba a unos kilómetros de la granja. De lo que no estaba tan seguro era de querer compartirlo con Pete y los demás. Luego del incidente en el colegio, temía que sus amigos quisieran apartarse de él para que no los lastimase. Frustrado, pateó una piedra con rabia y cuando esta perforó la pared de madera del granero, comprendió que debía aprender a controlar su nueva fuerza si no quería que sus temores se hicieran realidad. Quizás su padre le podría ayudar, a fin de cuentas, él todo lo podía.
Antes de entrar a la casa, Clark se desvió para echar un vistazo al daño que acababa de hacer al granero. Al acercarse a la pared, escucho un zumbido, como si millares de abejas hubieran tomado posesión del granero y lo hubieran convertido en su panal. Curioso, entró. Lo que encontró era nada que hubiera visto antes, como no fuera tal vez en alguno de los seriales de Buck Rogers o Flash Gordon que daban los fines de semana en televisión o los que había visto en la función matinal de los domingos en el cine del pueblo.
En el centro del granero, una esfera plateada flotaba a unos metros del piso. Eso era la fuente del extraño zumbido. Hacia el centro se dibujaba un marco rectangular cuyo interior rompía la monocromía de la superficie y permitía un atisbo al interior, donde luces de colores parpadeaban con cadencias varias. Bajo la esfera, se abría lo que parecía ser un portal… no, no un portal, era una puerta oculta. Alguien había encontrado la entrada a una cámara secreta oculta en el piso del granero. Clark había estado allí incontables veces y nunca la había visto antes. Picado aún más por la curiosidad, se acercó con sigilo para ver más. Desde el borde, sin atreverse a bajar, descubrió que se trataba de una pequeña bodega. Allí habían varias cajas, posiblemente con periódicos viejos u otros documentos y en medio de ellas, una manta llena de polvo y parcialmente removida cubría lo que parecía ser un pequeño cohete, o sería acaso ¿una nave espacial? ¡Una nave espacial! Con la boca y ojos abiertos de par en par, extasiado en la contemplación de aquel objeto inanimado que por alguna extraña razón le resultaba familiar, el golpe lo tomó por sorpresa.
Un objeto metálico, duro y electrizante lo golpeó en la cabeza, arrojando su pequeño cuerpo a varios metros. El golpe habría sido fatal para cualquiera, incluso para un adulto. Pero aquel niño se había repuesto milagrosamente de la embestida de un toro semental de incontables kilos de peso y desde entonces, su cuerpo continuaba desarrollando facultades que muchos tildarían de milagrosas. Fue así que lo que de otra forma habría resultado ser un golpe mortal, tan sólo lo dejó atontado unos momentos. Poco a poco recuperó la compostura. Sin embargo, sus oídos estaban fuera de control, un efecto secundario de haber recibido el golpe cerca de su oído derecho. En consecuencia, el zumbido producido por la esfera ahora sonaba como un chillido insoportable. Tropezó al intentar ponerse de pie y cayó sentado. Cerró los ojos y se cubrió los oídos con sus manos, intentando en vano bloquear aquel sonido.
Clark percibió una presencia acercarse y entreabrió un ojo para ver de quien se trataba. Delante suyo, un gigante en un ajustado traje negro sostenía un enorme mazo electrificado, sin duda el objeto con que lo había golpeado. El extraño usaba una especie de diadema en su cabeza calva y aunque lo vio mover los labios, no pudo escuchar una sola palabra de lo que decía.
De hacer podido, esto es lo que Clark habría escuchado:
"Tu debes ser Kal-El… ¡Prepárate a morir!".
Clark bordeó la esquina, vio la camioneta de su padre entrar a la granja y se detuvo, ya no corrió más. Por mucho que quería llegar y abrazarlo, sabía que iban a reprenderlo por estar afuera tan tarde y es que para cuando llegó a la verja de la entrada, ya las estrellas comenzaban a poblar el cielo nocturno. Se ajustó la chaqueta roja, su segunda chaqueta favorita y que ahora se había convertido en la primera, ya que aquella otra la había perdido en la mañana. Exhaló un pronunciado suspiro y continuó camino a la casa con paso lento.
Mientras caminaba, Clark rememoró los acontecimientos del día y por mucho que lamentaba haber lastimado a su amigo, se maravillaba de haberlo podido derribar, algo que nunca había podido hacer antes. Ni que decir del salto con que alcanzó la cima del viejo molino o el haber recorrido la distancia desde la casa de los Lang en unos pocos segundos. Con algo más de esfuerzo, estaba seguro que podría salvar esa distancia en menos tiempo del que tomaba a su padre recorrerlo en la camioneta. Quizás incluso podría ser más rápido que el tren de la mañana, que pasaba a unos kilómetros de la granja. De lo que no estaba tan seguro era de querer compartirlo con Pete y los demás. Luego del incidente en el colegio, temía que sus amigos quisieran apartarse de él para que no los lastimase. Frustrado, pateó una piedra con rabia y cuando esta perforó la pared de madera del granero, comprendió que debía aprender a controlar su nueva fuerza si no quería que sus temores se hicieran realidad. Quizás su padre le podría ayudar, a fin de cuentas, él todo lo podía.
Antes de entrar a la casa, Clark se desvió para echar un vistazo al daño que acababa de hacer al granero. Al acercarse a la pared, escucho un zumbido, como si millares de abejas hubieran tomado posesión del granero y lo hubieran convertido en su panal. Curioso, entró. Lo que encontró era nada que hubiera visto antes, como no fuera tal vez en alguno de los seriales de Buck Rogers o Flash Gordon que daban los fines de semana en televisión o los que había visto en la función matinal de los domingos en el cine del pueblo.
En el centro del granero, una esfera plateada flotaba a unos metros del piso. Eso era la fuente del extraño zumbido. Hacia el centro se dibujaba un marco rectangular cuyo interior rompía la monocromía de la superficie y permitía un atisbo al interior, donde luces de colores parpadeaban con cadencias varias. Bajo la esfera, se abría lo que parecía ser un portal… no, no un portal, era una puerta oculta. Alguien había encontrado la entrada a una cámara secreta oculta en el piso del granero. Clark había estado allí incontables veces y nunca la había visto antes. Picado aún más por la curiosidad, se acercó con sigilo para ver más. Desde el borde, sin atreverse a bajar, descubrió que se trataba de una pequeña bodega. Allí habían varias cajas, posiblemente con periódicos viejos u otros documentos y en medio de ellas, una manta llena de polvo y parcialmente removida cubría lo que parecía ser un pequeño cohete, o sería acaso ¿una nave espacial? ¡Una nave espacial! Con la boca y ojos abiertos de par en par, extasiado en la contemplación de aquel objeto inanimado que por alguna extraña razón le resultaba familiar, el golpe lo tomó por sorpresa.
Un objeto metálico, duro y electrizante lo golpeó en la cabeza, arrojando su pequeño cuerpo a varios metros. El golpe habría sido fatal para cualquiera, incluso para un adulto. Pero aquel niño se había repuesto milagrosamente de la embestida de un toro semental de incontables kilos de peso y desde entonces, su cuerpo continuaba desarrollando facultades que muchos tildarían de milagrosas. Fue así que lo que de otra forma habría resultado ser un golpe mortal, tan sólo lo dejó atontado unos momentos. Poco a poco recuperó la compostura. Sin embargo, sus oídos estaban fuera de control, un efecto secundario de haber recibido el golpe cerca de su oído derecho. En consecuencia, el zumbido producido por la esfera ahora sonaba como un chillido insoportable. Tropezó al intentar ponerse de pie y cayó sentado. Cerró los ojos y se cubrió los oídos con sus manos, intentando en vano bloquear aquel sonido.
Clark percibió una presencia acercarse y entreabrió un ojo para ver de quien se trataba. Delante suyo, un gigante en un ajustado traje negro sostenía un enorme mazo electrificado, sin duda el objeto con que lo había golpeado. El extraño usaba una especie de diadema en su cabeza calva y aunque lo vio mover los labios, no pudo escuchar una sola palabra de lo que decía.
De hacer podido, esto es lo que Clark habría escuchado:
"Tu debes ser Kal-El… ¡Prepárate a morir!".
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