Meditando por lo alto
"¡Clark! ¿Estás ahí?"
Los gritos se escucharon en la cocina y Martha Kent salió a ver de qué se trataba. Frente a la puerta de entrada encontró a tres niños. Reconoció a Pete Ross con su brazo encabestrillado y unas buenas ojeras a consecuencia de tanto llorar. A su lado, el primogénito de los Braverman, un tanto más alto que Pete y con una expresión de quien prefiere estar en otra parte o jugando en algún lado antes que andar haciendo una visita vespertina. La tercera era una niña de cabellos color dorado pálido a quien nunca antes había visto.
"Hola niños… Pete, ¿no deberías estar en casa cuidándote ese brazo?"
El muchacho levantó el brazo tanto como pudo antes de sentir un poco de dolor y se limitó a responder al reclamo con un humilde "Pero si tengo un cabestrillo…", y luego como si fuera algo normal andar con el brazo colgando, continuó: "Buscamos a Clark, ¿está en casa?"
"Creo que está en su cuarto. Iré a ver".
Martha subió al segundo piso, tocó la puerta del cuarto de Clark y al no tener respuesta, entró. La única señal de que su hijo estuvo allí, era la cama desarreglada. La ventana estaba abierta y con los acontecimientos recientes, Martha contempló la idea de que hubiera salido por ahí, algo que no parecía posible ya que afuera no había nada que le permitiera descolgarse hasta el piso. Lo más seguro, concluyó, es que hubiera salido por la puerta de atrás luego que Jonathan se fuera a cumplir con el compromiso adquirido en la mañana con Henry Rosenthal, el dueño de la distribuidora de grano. El rostro de decepción fue evidente en los niños, cuando Martha les comunicó la novedad.
"¿Pero él está bien?", preguntó inquieto Pete. "Escuché que había sido arrollado por un toro esta mañana. No está herido ni nada por el estilo, ¿verdad?"
No dejaba de sorprenderle lo rápido que corrían los rumores en Smallville. Era casi un milagro que ella y su esposo hubieran podido guardar durante tanto tiempo el origen secreto de su hijo y ya fuera cosa de las circunstancias o del destino, daba gracias por eso.
"No te preocupes Pete, Clark está bien. Todo fue un malentendido", respondió con una sonrisa. Le resultaba conmovedor que, aunque en cierto grado Clark tuviera alguna responsabilidad en la lesión de su brazo, Pete estaba preocupado por él en lugar de estar furioso. Eso decía mucho de Pete y un tanto más acerca de Clark, lo que la hizo sentir orgullosa.
"¿Quieren esperar en la sala a que vuelva? No se dónde está pero de seguro no tarda".
"No será necesario, Señora Kent", respondió Pete. "Ya nos pondremos al tanto mañana en el cole. Hasta luego" y sin decir más, los tres tomaron el sendero de salida.
Desde su puesto, Clark vio y escuchó claramente la conversación de sus amigos y su madre. Hubiera podido regresar a la casa para estar con ellos, pero realmente no estaba de ánimo para eso. Tampoco quería estar encerrado. Por eso salió sin avisar luego de terminado el almuerzo que con tanto cariño les preparó su madre. Madre. Realmente ella no lo era, ni Jonathan era su padre. Eran una pareja de extraños que lo cuidaban. ¿Dónde estaban sus verdaderos padres? ¿Por qué lo habían abandonado? ¿Por qué no lo habían amado lo suficiente para retenerlo a su lado, tanto como lo amaban los Kent? Todas esas preguntas abarrotaban el pequeño cerebro en su cabeza.
Con el aumento del viento frio y los cielos tornándose cada vez más rojos, Clark reparó en que quedaba poco para que llegara la noche y aunque aquellos no fueran sus verdaderos padres, los quería y lo menos que deseaba era que se preocuparan por su ausencia. Se puso de pie y saltó.
La altura de caída fue mucho mayor que la de un rato antes, cuando saltó por la ventana de su cuarto. La velocidad alcanzada hizo que se produjera un sonido fuerte y seco cuando sus pies golpearon el piso, que se hundió, no por causa de su peso, sino por la fuerza del impacto. Miró hacia arriba y contempló el molino dando vueltas. La base metálica donde estaba sentado hace tan sólo un momento, justo bajo las aspas del molino, tenía una altura mayor que la de la chimenea de su casa. ¿Cómo había podido alcanzarla con tan sólo el impulso de un salto? Una pregunta más que le revoloteaba en su cabeza y una más que se quedaría sin respuesta de momento. Una mayor prioridad surgió cuando escuchó una delicada voz a sus espaldas, llamándole por su nombre.
"¡Clark! ¿Estás ahí?"
Los gritos se escucharon en la cocina y Martha Kent salió a ver de qué se trataba. Frente a la puerta de entrada encontró a tres niños. Reconoció a Pete Ross con su brazo encabestrillado y unas buenas ojeras a consecuencia de tanto llorar. A su lado, el primogénito de los Braverman, un tanto más alto que Pete y con una expresión de quien prefiere estar en otra parte o jugando en algún lado antes que andar haciendo una visita vespertina. La tercera era una niña de cabellos color dorado pálido a quien nunca antes había visto.
"Hola niños… Pete, ¿no deberías estar en casa cuidándote ese brazo?"
El muchacho levantó el brazo tanto como pudo antes de sentir un poco de dolor y se limitó a responder al reclamo con un humilde "Pero si tengo un cabestrillo…", y luego como si fuera algo normal andar con el brazo colgando, continuó: "Buscamos a Clark, ¿está en casa?"
"Creo que está en su cuarto. Iré a ver".
Martha subió al segundo piso, tocó la puerta del cuarto de Clark y al no tener respuesta, entró. La única señal de que su hijo estuvo allí, era la cama desarreglada. La ventana estaba abierta y con los acontecimientos recientes, Martha contempló la idea de que hubiera salido por ahí, algo que no parecía posible ya que afuera no había nada que le permitiera descolgarse hasta el piso. Lo más seguro, concluyó, es que hubiera salido por la puerta de atrás luego que Jonathan se fuera a cumplir con el compromiso adquirido en la mañana con Henry Rosenthal, el dueño de la distribuidora de grano. El rostro de decepción fue evidente en los niños, cuando Martha les comunicó la novedad.
"¿Pero él está bien?", preguntó inquieto Pete. "Escuché que había sido arrollado por un toro esta mañana. No está herido ni nada por el estilo, ¿verdad?"
No dejaba de sorprenderle lo rápido que corrían los rumores en Smallville. Era casi un milagro que ella y su esposo hubieran podido guardar durante tanto tiempo el origen secreto de su hijo y ya fuera cosa de las circunstancias o del destino, daba gracias por eso.
"No te preocupes Pete, Clark está bien. Todo fue un malentendido", respondió con una sonrisa. Le resultaba conmovedor que, aunque en cierto grado Clark tuviera alguna responsabilidad en la lesión de su brazo, Pete estaba preocupado por él en lugar de estar furioso. Eso decía mucho de Pete y un tanto más acerca de Clark, lo que la hizo sentir orgullosa.
"¿Quieren esperar en la sala a que vuelva? No se dónde está pero de seguro no tarda".
"No será necesario, Señora Kent", respondió Pete. "Ya nos pondremos al tanto mañana en el cole. Hasta luego" y sin decir más, los tres tomaron el sendero de salida.
Desde su puesto, Clark vio y escuchó claramente la conversación de sus amigos y su madre. Hubiera podido regresar a la casa para estar con ellos, pero realmente no estaba de ánimo para eso. Tampoco quería estar encerrado. Por eso salió sin avisar luego de terminado el almuerzo que con tanto cariño les preparó su madre. Madre. Realmente ella no lo era, ni Jonathan era su padre. Eran una pareja de extraños que lo cuidaban. ¿Dónde estaban sus verdaderos padres? ¿Por qué lo habían abandonado? ¿Por qué no lo habían amado lo suficiente para retenerlo a su lado, tanto como lo amaban los Kent? Todas esas preguntas abarrotaban el pequeño cerebro en su cabeza.
Con el aumento del viento frio y los cielos tornándose cada vez más rojos, Clark reparó en que quedaba poco para que llegara la noche y aunque aquellos no fueran sus verdaderos padres, los quería y lo menos que deseaba era que se preocuparan por su ausencia. Se puso de pie y saltó.
La altura de caída fue mucho mayor que la de un rato antes, cuando saltó por la ventana de su cuarto. La velocidad alcanzada hizo que se produjera un sonido fuerte y seco cuando sus pies golpearon el piso, que se hundió, no por causa de su peso, sino por la fuerza del impacto. Miró hacia arriba y contempló el molino dando vueltas. La base metálica donde estaba sentado hace tan sólo un momento, justo bajo las aspas del molino, tenía una altura mayor que la de la chimenea de su casa. ¿Cómo había podido alcanzarla con tan sólo el impulso de un salto? Una pregunta más que le revoloteaba en su cabeza y una más que se quedaría sin respuesta de momento. Una mayor prioridad surgió cuando escuchó una delicada voz a sus espaldas, llamándole por su nombre.
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