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Superman - Capítulo 4

Plan de escape

La figura humanoide se mueve lentamente en la desolada llanura que una vez estuviera poblada por una espesa vegetación y animales fantásticos y que recibiera el folclórico nombre de Selva Escarlata. El traje especial que lo cubre de pies a cabeza lo protege del hostil ambiente y de lo que espera no encontrar en el módulo espacial al que se dirige, mismo que aterrizara en esa llanura unos minutos antes. El módulo en forma de estrella sufrió algunos daños durante su viaje de reingreso del espacio y la tormenta que durante días arreció en la zona dificultó su recuperación, pero el hombre espera que los datos almacenados en sus cristales estén intactos, como también el contenedor de muestras que lleva en su interior. Con mucho cuidado, observa las lecturas y para su satisfacción, encuentra que no hay señales de radiación nociva. El cristal verde del báculo que lleva consigo brilla y en respuesta, el módulo espacial se abre, entregando el valioso contenedor. Cumplido su objetivo, el hombre emprende el camino de regreso por donde vino.

La caminata es lenta y pesada, de forma que le toma varios minutos llegar a lo que parece un bunker formado por columnas de cristales entrelazadas. Una puerta oculta le permite el acceso al interior, hasta un recinto cerrado donde se despoja de su traje anti radiación. Libre de la rigidez y pesadez de su traje, se dirige al laboratorio. Allí entrega el contenedor a uno de sus droides flotantes. Este lo lleva hasta una pequeña cámara, donde varios instrumentos de medición lo examinan. Pocos segundos después, el resultado aparece en una pantalla, frente al panel de cristales donde Jor-El aguarda impaciente. El resultado lo complace enormemente, al punto que, como muy pocas veces se permite, deja escapar una exclamación de celebración.

“¡Funciona!”, grita emocionado. “Lara, ¿puedes verlas? ¡Las células están vivas!”.

Desde su recinto a pocos pasos del laboratorio, Lara escucha a su esposo. Ella sonríe al compartir su emoción, mientras amamanta a su hijo recién nacido. Sabe sin embargo, que la celebración durará poco, una vez que comparta con él las noticias que llegan desde la capital.

“Kelex”, llamó Jor-El y el droide flotante que un momento antes le asistiera con el contenedor, vino a su lado. “Inicia grabación del diario de investigación”.

El droide emite un par de zumbidos y algo parecido a un “grabando” con su particular voz artificial.

“Los antiguos motores interplanetarios estaban alimentados por material radiactivo extraído del núcleo de Krypton, este material al someterse a un proceso de fusión extremo como el requerido para impulsar nuestras naves espaciales, se convierte en una fuente de radiación extremadamente venenosa para nosotros los kryptonianos”, explica Jor-El. Hace una pausa para reprimir su felicidad. Mira a la cabeza del droide, donde una cámara de video graba su presentación y continúa. “El combustible que alimenta el motor que he desarrollado, no genera la radiación responsable de la muerte verde. Este logro se debe a que he empleado materiales tomados de los restos de la luna Wegthor, mismos que pude recuperar aquí en el desierto que solía ser la Selva Escarlata y aunque no queda mucho, tenemos lo justo para que nuestros cristales puedan sintetizar el combustible necesario para provisionar las naves espaciales suficientes para una evacuación completa del planeta. Solamente resta la aprobación del Consejo de Ciencias para proceder”.

Jor-El hizo un gesto con su mano y el droide suspendió la grabación. Detrás del droide, Lara y su hijo ingresaron al laboratorio, Jor-El corrió a su encuentro sin disimular su alegría.

“Ahora estoy tranquilo porque sé que los tres podremos seguir juntos y sobrevivir a la destrucción de Krypton”, murmuró a los oídos de su esposa mientras la abrazaba a ella y a su hijo. “Tan pronto regresemos a Kryptonópolis informaré al Consejo y con la ayuda de Zod, podremos iniciar la evacuación”.

“Respecto a Zod, hay algo que debes saber”, dijo Lara con pesar. “Tan pronto pasó la tormenta pudimos restablecer la comunicación con la capital. Llegaron noticias y no son buenas”.

Quince días le tomaron a Jor-El y su familia para regresar a su hogar en la capital de Krypton y otros quince días más pasaron hasta la reunión que tuviera con el Consejo, donde pidió le fuera asignado el rol de fiscal en el juicio al General Zod, Non y Ursa. Días después, luego del veto recibido y sabiendo que no podría convencer a sus similares del Consejo de su error, Jor-El volcó todos sus esfuerzos en buscar la manera de preservar la vida de su esposa e hijo.

“¿Has terminado?”, preguntó Lara.

“Casi”, respondió Jor-El con voz cansina. El cansancio físico por el esfuerzo realizado en los últimos días era imposible de ocultar ya.

Con ayuda de sus droides, Jor-El había remodelado el laboratorio instalado en su casa para poder construir dentro un módulo espacial similar al usado en sus pruebas. Su objetivo inicial era hacerlo lo suficientemente grande para que pudiera llevar dentro a su esposa e hijo, pero a pesar de su ingenio y recursos, no contaba con el material ni la energía para lograrlo, de forma que tuvo que resignarse a modelar uno más pequeño que pudiera transportar solamente a su hijo. Esto por supuesto le mortificaba a cada instante y no lo habría sobrellevado, de no ser por el apoyo incondicional de su esposa.

“Mi lugar es a tu lado, Jor-El. Desde el día que decidimos unir nuestras vidas, he recibido de ti todo lo que esperaba y más”, le dijo ella la noche en que él le confesó con impotencia que no podría salvarla. Ella lo abrazó con fuerza y entre lágrimas, hizo una única suplica: “Puedo aceptar que nuestras vidas se apaguen junto con nuestro hogar, pero debes prometerme, esposo mío, que harás todo lo que sea necesario para que Kal no sufra este mismo destino. Nuestro hijo merece una oportunidad de vivir, como tú y yo ya la tuvimos”.

Fue en cumplimiento de aquella promesa que Jor-El trabajó día y noche sin descanso, asistido solamente por sus droides flotantes. Tomó la precaución de mantener un consumo moderado de energía para no llamar la atención del Consejo y reducir el riesgo de ser arrestado y seguir el mismo destino de Non y Zod, condenando a toda su familia a perecer con el resto de Krypton. El fruto de tremendo esfuerzo reposaba en el centro del laboratorio, donde las dos mitades del módulo en estrella, con capacidad para realizar el viaje interplanetario de ida, esperaban para ser ensambladas.

“Quisiera que hubiera otra forma”, murmuró Lara mientras acariciaba los cabellos rebeldes de su hijo, quien dormía plácidamente en brazos de su madre. El pequeño estaba envuelto en mantas de vivos colores que representaban la bandera unificada de Krypton, para darle calor en medio del frio que envolvía el laboratorio.

“Es la única manera, Lara”, respondió Jor-El. Dio instrucciones a Kelex y mientras el droide continuaba trabajando en el módulo, Jor-El fue hasta su esposa. Contempló a su hijo hacer pucheros y sonrió, era por él que todo este esfuerzo valía la pena. “Si se queda aquí con nosotros, morirá con nosotros”.

Juntos caminaron al salón contiguo, donde enormes imágenes holográficas proyectadas sobre un tablero de mando de cristales mostraban cientos de cálculos, fotografías y videos, entre ellos los de un planeta verde y azul, que orbitaba un brillante sol amarillo. Un profundo y sentido suspiro escapó de labios de Lara al estudiar la imagen de ese planeta, una mezcla rara de tristeza y esperanza rondaba en su corazón.

“¿Pero por qué la Tierra? Son primitivos, con miles de años de retraso comparados con nosotros”, dijo finalmente, manifestando a su esposo sus temores.

“Necesitara esa ventaja para sobrevivir”, respondió calmadamente Jor-El, activando el despliegue de datos sobre el video que mostraba aquel planeta. “La Tierra es un planeta joven, boyante de vida, que posee algunas cualidades excepcionales para nuestra fisionomía. Su atmosfera lo sostendrá”.

“Desafiará su gravedad”, dijo ella al interpretar las cifras que aparecían en pantalla. Aunque no era científica como su esposo, sabía lo que esas cifras representaban y lo que significaban para un kryptoniano creciendo en un lugar con tales características.

“Parecerá uno de ellos”, replicó Jor-El.

“No será uno de ellos”, discrepó ella.

“No”, aceptó Jor-El. “Su densa estructura molecular lo hará fuerte”.

“Será raro. Diferente”, dijo Lara acariciando a su pequeño Kal, temiendo por él.

“Será rápido. Virtualmente invulnerable”, dijo Jor-El queriendo mitigar los miedos de su esposa.

“Estará aislado. Solo”, murmuró Lara. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, sus ojos aguados eran reflejo de la tristeza tan grande que sentía al imaginar a su hijo sufriendo entre extraños.

“No estará solo”, dijo Jor-El, limpiando con su mano las lágrimas de su esposa, en tanto que contenía las suyas propias. “Nunca estará solo”.

Jor-El envolvió en su mano el cristal de su báculo y lo liberó. Lo llevó hasta su esposa e hijo y procedió a explicarle el porqué ese cristal era especial. Grabado en ese cristal verde y en los otros cristales incrustados en el tablero de mando del modulo, estaban los hechos, estadísticas y descubrimientos que formaban parte del enorme legado histórico de Krypton. Y como si no bastara con la completa acumulación de toda la literatura y hechos científicos de docenas de otros mundos de las 28 galaxias que conocían, el cristal verde contenía adicionalmente un regalo muy especial para su hijo. Dentro, iba una simulación holográfica de la presencia y personalidad tanto de Jor-El como Lara, que le servirían como guía en ese nuevo mundo y que le transmitirían todas las emociones que ellos no podrían compartirle en persona. Lara sintió un pequeño alivio a su tristeza al saber que su hijo tendría la oportunidad de conocerlos o al menos, a un eco muy cercano a lo que ellos eran.

Este momento íntimo en familia fue abruptamente interrumpido por una señal sonora procedente del tablero de mando.

“¿Qué ocurre?”, preguntó Lara alarmada.

Jor-El se acercó para leer las nuevas cifras proyectadas.

“Parece que Vond-Ah tenía razón, no contemplé en mis cálculos el cambio de órbita del planeta, causado por la ausencia de sus lunas”, respondió con rabia, esto cambiaba sus planes. Tendría que acelerar el paso y ya no podría esconderse del Consejo. “Me temo que mi predicción sobre el tiempo que nos queda estaba errada”.

Los doce Concejales se reunieron en el edificio Capitolio. La mayoría de ellos desconocía el porqué de la urgencia de la citación. Todos los Concejales estaban presentes en el salón de Juntas, con una única notable excepción.

“¿Dónde está Jor-El?”, pregunto Tho-War.

“Esa es precisamente la razón por la que he convocado esta reunión extraordinaria”, contestó bruscamente Al-Cen. “He citado esta reunión con carácter urgente porque temo que nuestro amado Jor-El ha contravenido las ordenes que el Consejo le diera hace dos semanas”.

“Ya te lo he advertido antes, Al. Ten mucho cuidado con realizar acusaciones sin fundamento”, le reprochó Tho-War amenazante.

“Dejaré que escuchen el reporte que la Guardia tiene qué hacer al respecto”, fue la tajante respuesta de Al-Cen.

La puerta del salón se abrió dando paso a un miembro de la Guardia privada del Consejo. Esta división especial de las Fuerzas Militares fue fundada durante la revuelta de Zod, con militares fieles al Consejo, con la única misión de proteger la vida y los intereses de sus miembros. El oficial iba vestido con una armadura blanca que cubría incluso su rostro. En su pecho, a la altura del corazón, un distintivo propio lo identificaba como Director de Asuntos Internos.

“El consumo de energía en casa de Jor-El se ha excedido”, reportó el Director. “Nuestros datos indican que la diferencia es causada por un uso abusivo de energía no autorizado”.

Tho-War tenía claro que ese reporte no era concluyente y aunque no deseaba legitimar las que consideraba acusaciones absurdas en contra de su amigo, tampoco deseaba arriesgar su posición en el Consejo al ignorar la posibilidad de que fueran ciertas y que, efectivamente, Jor-El estuviera tramando algo a pesar de la advertencia que le hiciera personalmente.

“Investíguenlo”, ordenó con firmeza.

“¿Y si la investigación resulta cierta?”, preguntó Han-Dre, temiendo lo peor.

“Jor-El conoce el castigo que le espera”, contestó Tho-War.

“Es un miembro de este Consejo”, comentó Han-Dre, queriendo allanar el terreno para una posible apelación a la condena prometida a Jor-El si acaso desobedecía las ordenes del Consejo, porque si eso ocurriera, ¿cómo podrían explicar al pueblo que uno de sus favoritos fuera condenado a la Zona Fantasma? Con los ánimos todavía alterados por los eventos recientes, algo así podría prestarse para iniciar una nueva revuelta.

“La ley será cumplida”, fue la tajante respuesta de Tho-War.

Al-Cen y en menor cuantía Vond-Ah, se mostraron satisfechos con el rumbo que estaban tomando las cosas.

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