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Estrellas en colisión - Capítulo 6

En las garras del Imperio



El húmedo ambiente de Imraad penetraba hondo en los viejos huesos de Scotty, haciendo que la caminata se tornara cada vez más pesada. Por su parte, Kemra parecía disfrutarlo bastante, ya fuera por estar de regreso en un planeta de su galaxia nativa o por el entusiasmo de la aventura en sí. Pero incluso Kemra comenzó a sentir los efectos de la fatiga que produce una caminata extensa en quien ya no goza de las bendiciones de la juventud. En ese momento, proponer un descanso no fue mala idea para ninguno de los dos. Bajo la sombra de un árbol de dátiles azules hicieron una pausa y comieron algunos de sus dulces y jugosos frutos.

“¿Qué fue eso?”, preguntó Kemra. Aguzó el oído y de nuevo escuchó el sonido de ramas quebrándose al paso de alguien. “Vamos Scott, creo que tenemos compañía…”

Antes que pudieran reaccionar, un hombre de piel oscura saltó de entre la maleza, apuntándoles con un rifle láser. El agresor iba vestido con la armadura blanca de los soldados imperiales pero su cabeza iba al descubierto, el casco lo llevaba colgado de su cinturón, junto con los demás implementos de dotación de la armada imperial. Al parecer estaba sólo y parecía nervioso y asustado. No precisamente lo que Kemra hubiera esperado de un soldado que captura a dos enemigos del Imperio.

“¿Quiénes son ustedes?”, preguntó el soldado. “Seguro Skeele los envió aquí para atraparme, ¿verdad?”.

Kemra se sorprendió. Parece que había malinterpretado la situación. Aquel soldado no iba tras ellos, por el contrario, pensaba que eran ellos quienes estaban tras él.

“Escucha amigo, no somos tus enemigos. Si estás huyendo de alguien tal vez podamos ayudarte…”, dijo Kemra con voz suave. En su estado actual, aquel soldado no sería un buen receptor para intentar sugestionarlo con sus habilidades Jedi. Primero debía calmarlo, ganarse su confianza. Algo que no iba a resultar fácil de lograr.

“La única forma en que podrían ayudarme es consiguiendo un transporte para largarme de este planeta olvidado por todos, antes que él me encuentre”.

“¿Quién? Hijo, ¿de quién estás huyendo?”

“Skeele lo envió aquí para atraparme o quizás para matarme antes que yo pueda revelar su secreto y creo que ustedes lo están ayudando. Podría estar equivocado, pero no puedo arriesgarme”. Apuntó con el rifle a Scotty y tensó el dedo sobre el gatillo. “Lo siento…”

El soldado presionó el gatillo de su arma y un haz de luz láser emergió de ella hacia Scotty. Con sorprendente agilidad, Kemra hizo gala de su entrenamiento y desvió el haz de luz con la palma de su mano derecha. Sorprendido, el soldado no cuando Scotty desenfundó su arma y le disparó. El soldado cayó al suelo inconsciente pero vivo. No fue suerte que el arma de Scotty estuviera configurada para paralizar y no para matar, tan sólo estaba cumpliendo con las directivas de la Federación de “no intervención”, lo que en este caso, significaba “no matar” a los residentes.

“¡Eso estuvo increíble!”, exclamó Scotty. “Nunca en mis años de vida había visto a un hombre parar un láser con sólo sus manos”.

“Es lo primero que aprendemos en la academia Jedi”, bromeó Kemra.

“Fanfarrón”, replicó Scotty con risas. Luego, se acercó al soldado caído. “¿Quién será este?”.

“Parece ser un soldado desertor. Estaba demasiado nervioso y no…”

La respuesta de Kemra fue interrumpida por el ensordecedor ruido de una detonación a su izquierda. Seguido, la onda de la explosión los arrojó al suelo, dejándolos atontados, pero todavía conscientes. Con los oídos sangrando y la vista nublada por el humo que inundó el lugar, pudo visualizar una figura en armadura caer del cielo. Aquel no era un soldado imperial, estaba seguro de eso. Quiso ponerse de pie para defenderse pero cayó de nuevo al suelo sin poder hacer nada al respecto. Sabía lo que iba a pasar y dejo de resistirse.

Al igual que hiciera Scotty unos segundos antes, Kemra se desmayó.

* * * *

Abordo del Destructor Estelar Avenger, Kirk, Spock y McCoy esperaban con resignación, confinados en una estrecha celda, a que el Capitán de la nave, un sujeto de nombre Needa, les concediera el tiempo para realizar la audiencia que acordaron durante las negociaciones previas. El más impaciente del grupo era el androide D474, a quien no le agradaba en absoluto permanecer encerrado, a la espera de un llamado que podría nunca llegar a concretarse.

“Si somos sus prisioneros, no necesitan hablar con nosotros. Nos retendrán hasta que nuestros circuitos se fundan y eso es todo lo que va a pasar. ¡Estamos perdidos!”

“¡Ya cállate hojalata oxidada o haré chatarra con tus partes!”, bramó McCoy. La chillona voz del robot no le resultaba agradable y bajo las actuales circunstancias, no estaba de humor para soportarlo más allá de lo estrictamente necesario.

“Calma, Bones”, intervino Kirk. “No debemos perder el control. Por el momento no podemos hacer más que esperar”.

“Pero, ¿qué si el robot tiene razón?”, preguntó el Doctor, con una expresión de genuina preocupación.

“Bueno, si quieren la nave intacta vendrán a pedirnos que se las entreguemos. Y si no, tendremos que urdir algo para salir de aquí y recuperar nuestros transmisores a fin de que podamos ser teletransportados de regreso al Enterprise. Eso o… jaque mate”.

La voz de Kirk era escuchada en la sala de control de las celdas, donde Needa escuchaba atento, sin entender una palabra de lo que decían.

“¿Han tenido suerte traduciendo su idioma?”, preguntó el Capitán al oficial de comunicaciones que por orden suya había sido instalado allí con la única misión de traducir las palabras de aquellos extraños. La respuesta no complacía para nada a Needa.

“Nada hasta ahora, Señor. Quizás si desmantelamos al robot…”

“No sería prudente. Podría estar programado para formatear su memoria al menor indicio de peligro y perderíamos la única herramienta que tenemos para comunicarnos con ellos”. Se volvió hacia el oficial a su izquierda, responsable de la seguridad en las celdas y ordenó: “Disponga que los prisioneros sean llevados a la sala de juntas”. El oficial procedió a actuar conforme le fue ordenado.

“Trataré de hablar con ellos y convencerlos de capitular”, pensó Needa. “Y si eso no resulta, no tendré más opción que mandar a que los ejecuten y tomar su nave por la fuerza. Son métodos primitivos para estos tiempos civilizados, pero hasta ahora le han funcionado muy bien al Imperio”.

Needa se retiró. Debía revisar cierto informe confidencial, antes de asistir a esa reunión con los prisioneros.

Varios minutos después, los cuatro prisioneros finalmente fueron sacados de la celda y conducidos a una de las salas de reuniones del Destructor, escoltados por tres soldados imperiales fuertemente armados. En su camino, un desvío forzado ocasionado por el mantenimiento de uno de los ascensores les hizo desviarse y atravesar el pasillo donde estaba la sala médica de urgencias. En el lugar había gran excitación. El personal corría de un lado para otro gritando, aparentemente solicitando algún equipo porque en respuesta a cada grito, solía aparecer un nuevo robot llevándolo.

“¿Qué pasa?”, preguntó Kirk al robot.

“Parece que alguien muy importante está muriendo, Capitán. Alguien muy importante”. Uno de los soldados que los escoltaban le dijo algo en una tonalidad bastante agresiva. D474 tradujo: “Ordena que nos callemos, Capitán”.

Para evitar problemas, obedecieron y callaron.

Poco después, los prisioneros entraron en la sala de reuniones. El lugar era un salón amplio, algo oscuro a pesar de las luces LED empotradas en las paredes y la temperatura del ambiente era más fría que la del exterior, lo que la hacía mucho más intimidante y menos acogedora que la sala de reuniones de la Enterprise. Al centro estaba una gran mesa ovalada rodeada de sillas con espaldares que se elevaban por encima de la altura alcanzada por la cabeza de alguien que pudiera estar sentado en ellas. Sentado en la cabecera más alejada, un oficial los esperaba mientras daba instrucciones a otro uniformado. Una vez que el otro oficial se hubo retirado, el que estaba sentado se puso de pie, indicándoles que se acercaran y tomaran asiento. Entonces habló.

“Soy el Capitán Needa, oficial al mando del Avenger, Destructor Estelar de la flota imperial de su majestad, el Emperador Palpatine”, tradujo D474. “Hay algo que necesito de ustedes pero un imprevisto ha surgido y ahora debo ausentarme. Si no les molesta, pueden esperar aquí hasta mi regreso”.

Y dicho esto, Needa se levantó y caminó hacia la puerta de salida.

“Un momento”, pidió Kirk. D474 tradujo e hizo ademanes a Needa para llamar su atención y evitar que saliera de la sala. Kirk continúo hablando y el robot iba traduciendo tan rápido como podía: “Sabemos que alguien importante abordo está enfermo, posiblemente muriendo. Este hombre…” y señaló a McCoy mientras hablaba, “este hombre es Doctor y uno muy bueno. Estoy seguro que puede brindarles alguna asistencia”.

La propuesta tomó por sorpresa a Needa.

“¿Y por qué debería aceptar su ofrecimiento de ayuda?”, cuestionó con desconfianza.

“Porque queremos ganar su simpatía y la del Imperio para preservar nuestras vidas, la de nuestra tripulación y la integridad de nuestra nave. Y este ofrecimiento de ayuda es una muestra de ello”.

“Buena jugada, Jim”, murmuró Spock en un volumen lo suficientemente bajo para prevenir que el androide lo escuchara y tradujera sus palabras. “Eso sonó bastante lógico, incluso para mí”.

Needa lo pensó un momento. Tenía sentido, si los intrusos querían sobrevivir, debían ser complacientes con el Imperio. Y si esta era la actitud que sus prisioneros iban a mantener cuando regresara, estaba convencido que apoderarse de los secretos de su nave iba a resultar más fácil de lo esperado.

“Muy bien”, aceptó. Y señalando a McCoy, añadió: “Usted y el robot vendrán conmigo. Los demás esperaran aquí hasta nuestro regreso”.

* * * *

El sonido de voces lentamente se hizo más fuerte y pronto fue lo suficiente alto para despertar a Kemra. El viejo Jedi abrió los ojos y descubrió que habían sido movidos a un pequeño cuarto lleno de cajas, probablemente una bodega que ahora era usada como una celda improvisada. Scotty estaba a unos pasos a su derecha y comenzaba a recuperar el conocimiento, quejándose por el dolor que aquella explosión le dejara de recuerdo. Kemra se puso de pie y se acercó a la puerta. No había cerradura de este lado y se veía lo suficientemente solida como para aceptar que no iba a poder abrirla por la fuerza. De nuevo escuchó las voces y esta vez pegó el oído a la puerta para escuchar mejor y tratar de entender lo que decían.

“Llevaré al desertor de regreso al Avenger para reclamar mi pago”, dijo una de las voces, la que asumió pertenecía al hombre que los había emboscado. “Los otros dos son sus prisioneros, así que ustedes deberán decidir qué hacer con ellos y con el Corelliano que encontré espiando en sus instalaciones”.

“No me des ordenes, basura cazarecompensa. Recuerda que cuando hablas conmigo es como si hablaras con el mismísimo Emperador. Yo…”

La segunda voz se silenció y un momento después se escucharon lamentos, seguido por el golpe seco característico de un cuerpo al caer de golpe al piso.

“Usted no es el Emperador”, dijo la primera voz. “No le debo más respeto que el que le tendría a una cucaracha de Naboo. Ahora, tomaré a mi prisionero y me iré y más le vale no hacerme enfadar de nuevo. No seré tan compasivo la próxima vez, Gran Almirante Sarn. Que tenga un buen día”.

Se oyeron pasos alejarse y la segunda voz murmuró con enfado:

“Maldito Bobba Fett. Uno de estos días…”

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