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Escritubre Día 6

El niño al que se le murió el amigo
Este relato está inspirado en el cuento El niño al que se le murió el amigo, uno de los cuentos de la colección Los niños tontos, publicada en 1956 y escrito por Ana María Matute, escritora española miembro de la Real Academia Española y que entre otros premios, recibió en 2010 el Premio Miguel de Cervantes.

“Como has crecido, mijo. ¿Cuándo te me convertiste en todo un hombre?”

Esa pregunta la hacen todas las madres tarde que temprano. Para algunos, este momento de transición ocurre cuando su padre les entrega las llaves de su primer auto. Otros, cuando por mérito y esfuerzo propio consiguen una beca por su cuenta para estudiar en la Universidad. Y están los que tienen un brusco despertar cuando su novia les muestra la prueba de embarazo con dos rayitas. En mi caso, recuerdo bien, ocurrió una tarde de octubre.

Era viernes, el último día de clases en el colegio antes de la semana de receso escolar. Regresé a casa a mediodía, mi madre no estaba, lo que era raro pero no fuera de lo común. Me puse a hacer las tareas que nos habían dejado del colegio para esa semana de vacaciones. No era que fuera un nerdcito, sino que al hacerlas todas ese día, podía tomarme la semana completa con absoluta libertad para jugar con mis amigos, especialmente con Danilo, un pibe de mi barrio al que conocía desde que tenía uso de razón. Juntos compartimos juegos y aventuras, pedimos dulces en las noches de Halloween, cantamos en las novenas de aguinaldo decembrinas, celebramos cumpleaños y últimamente, piropeábamos a las niñas del barrio.

El barrio de mi infancia no era como el conjunto en que vivía ahora de adulto, donde no podría reconocer a mi vecino si me lo tropezara en la calle. En mi barrio todos nos conocíamos, al menos mi vieja los conocía a todos. Yo por mi parte conocía a todos los niños y jugábamos por las tardes en la calle a la rayuela, ponchado, la lleva y cuanto juego de correr y brincar conociéramos o inventáramos. Pero conforme crecíamos, cada vez jugábamos menos. Muchos se juntaron con los chicos de otros barrios, formaron pandillas y comenzaron a “demarcar” territorios, trazando fronteras invisibles que con el tiempo todos aprendimos a reconocer y temer.

¿Creo que ya sabemos dónde va a parar este relato, no es verdad?

Esa tarde de octubre, viernes, luego de hacer mis tareas, salí en busca de Danilo. Su casa quedaba a la vuelta de la mía. Corrí hasta la esquina y al dar vuelta, vi una romería de gente justo enfrente de su casa. Mi madre también estaba allí. Cuando me vio, vino corriendo hasta donde yo estaba, me abrazó y me murmuró al oído las palabras más duras (y tal vez las últimas) que escuché de niño. 

“Mijo, tu amigo se murió. Unos pandilleros lo golpearon hasta matarlo por cruzar su frontera”.

Lloré lo que no se imaginan. Durante días recorrí el barrio, visite el parque donde jugábamos, la panadería donde nos reuníamos a veces a tomar las onces, pasé frente a su casa sin atreverme a golpear la puerta. Cuando la semana de receso terminó y regresé al colegio, sabía que algo había cambiado, que el niño en mi había sido enterrado junto a Danilo. Y que un día más temprano que tarde, me iría de ese barrio para no seguir su suerte.

Y así fue. Pero como extraño esos días en mi barrio.


Reto original publicado en https://www.youtube.com/watch?v=_xcUX14BDj8

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