Llegué a casa temprano. No estaba en el colegio, andaba jugando Monopoly en casa de Miguel y Gabriela. Hoy no tuvimos clases, al igual que muchos adultos tampoco tuvieron que trabajar, excepto quizás por aquellos con tareas indispensables como los médicos, los panaderos o los policías, al menos eso creo. Al entrar en la sala encontré a mis padres sentados frente al televisor e imagino que en ese momento, otros ocho mil millones de personas estarán haciendo lo mismo alrededor del planeta, incluso en China, donde a esta misma hora ya debe ser medianoche. No es para menos, todos estamos a la expectativa de lo que ocurrirá allá en Cabo Cañaveral, ese pedacito de tierra en Estados Unidos desde donde están transmitiendo imagen en vivo. “Ya casi es hora”, murmura mi mamá y se estira para abrazarme. Me jala a su lado y me retiene con fuerza, tiembla, tiene miedo, como muchos otros. Yo no tengo miedo, tengo curiosidad, como muchos otros también. Mi padre mira el reloj en su muñeca, un Orient que le regaló el abuelo cuando era niño y que todavía funciona bien, aunque no era necesario que lo hiciera. En la pantalla del televisor, sobre la imagen en vivo, se puede ver la hora. Tic, tac. Si, ya casi es hora. Supongo que no estaríamos así de ansiosos si hace seis meses no se hubiera filtrado la noticia, pero era casi imposible que no pasara. Que todos los jefes de Estado se hubieran reunido en La Haya no iba a pasar desapercibido para nadie, lo notable es que lo hubieran podido ocultar el evento hasta entonces. Hoy, doce meses atrás, apareció un objeto allá en Cabo Cañaveral, el mismo que ahora muestran en televisión. Pasó así no más, de la noche a la mañana. Cuando la gente en Cabo se fue a dormir no estaba y cuando despertaron ya estaba allí, o eso dijeron. Era la sonda espacial Voyager, la misma que fue lanzada al espacio en septiembre de 1977 y que para ahora debería estar “en el abismo del espacio interestelar”, como dijera un científico de apellido Kerr. Es decir, muy, muy lejos de este planeta, mucho más allá de la órbita de Neptuno o de Plutón, que dejó de ser considerado un planeta hace ya unos años. La NASA monitoreaba continuamente las señales enviadas por la sonda y según revelaron, la perdieron del radar poco antes del evento. Asumieron que simplemente estaba ya demasiado lejos y la dieron por perdida. Pensaron que podrían olvidarse de ella así nomás, como pasó con Plutón. Y entonces, como dije, simplemente apareció allí, en el patio de su casa, en el mismo lugar de donde había partido hace casi cincuenta años. Cuando la inspeccionaron, encontraron el famoso disco dorado, ya saben, ese que enviaron con imágenes y sonidos de la Tierra. Solo que no era el mismo disco, este era diferente. Y así como el otro, este traía imágenes y sonidos pero no eran de la Tierra y además contenía un mensaje, grabado en varios de nuestros idiomas y en el de ellos. Por supuesto, la sonda y el disco fueron sometidos a todo tipo de pruebas por científicos de diferentes países que al final concluyeron que eran legítimos, tanto el disco como la sonda. Decidieron entonces mantener oculto dicho evento para evitar el pánico y la histeria que pudieran causar. No se equivocaron. Desde el momento en que la noticia se supo hasta el día de hoy, fueron incontables los suicidios individuales y colectivos que reportaron los noticiarios, tanto que ya ni siquiera les dedicaban tiempo al aire, tan solo los mencionaban en la sección de “Noticias en un minuto”. Y ahora henos aquí, mirando como idiotas la pantalla de un televisor, esperando. El mensaje que el disco dorado traía, palabras más, palabras menos, era una declaración de soberanía sobre nuestro planeta. En ella, los extraterrestres nos exhortaban a rendirnos pacíficamente y someternos a ellos incondicionalmente, para de esa forma permitirnos conservar algunos vestigios de la sociedad que conocíamos, así como nuestra dignidad y evitar la “innecesaria destrucción de nuestra forma de vida”. Durante meses los jefes de Estado debatieron el tema en secreto y cuando la noticia se hizo publica y pasó el escándalo y la indignación, pues la discusión se extendió a la Academia, las Ciencias e incluso las Artes. Todos tenían algo que decir. Hasta mi papá tenía una opinión al respecto. Finalmente, se llegó a una decisión casi que unánime y siguiendo las instrucciones del mensaje, grabaron la respuesta en un nuevo disco y lo depositaron en la sonda. ¿Qué iba a pasar? Nadie sabia. ¿Vendrían los extraterrestres a recogerla? Yo lo dudo. Pero el plazo para la entrega estaba llegando a su fin. Tan sólo segundos quedaban para que el tiempo dado por ellos se cumpliera. Tic, tac. La respuesta era simple, como era de esperarse: “No nos rendiremos”, grabado a diferentes voces y en los diferentes idiomas y dialectos existentes, para que no quedara duda alguna. Yo hubiera adicionado un”Váyanse al diablo malditos extraterrestres” pero supongo que eso no habría sido políticamente correcto. Bueno, aquí vamos. Al igual que mis padres, ya no puedo despegar los ojos del televisor. Es hora, que Dios se apiade de nosotros.
Reto original publicado en https://www.youtube.com/watch?v=scZw_bjYerQ
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