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Superman - Capítulo 10

De acciones y consecuencias

Sam dobló cuidadosamente su uniforme y lo empacó en su maleta de viaje. La cerró, aplicó los seguros para evitar que se abriera la tapa por accidente, bajó con ella las escaleras y la llevó junto a la puerta de la casa, que estaba abierta de par en par mostrando la amplia sala de la casa a cualquiera que por curiosidad llegara a asomarse.

“¿Estamos listos, tropa?”, preguntó con voz de mando, aunque en un tono ligeramente menos alto que el que acostumbraba con los hombres de su regimiento. “El tren a Metrópolis saldrá en veinte minutos con o sin nosotros”.

“Ya casi terminamos, querido”, respondió su esposa, entrando a la sala desde la cocina. Elenor llevaba en brazos a una pequeña niña que a su vez cargaba a una muñeca Nenuco a la que le faltaban algunos mechones de su cabello artificial. “Lucy y yo ya tenemos todo empacado, pero estamos esperando a…”

“Ya estoy aquí, no hay necesidad de hacer drama”, interrumpió una joven adolescente bajando las gradas. Llevaba consigo un libro en la mano derecha, una vieja edición de La guerra y la paz de León Tolstói y una mochila grande en su espalda, de color vino tinto ya desteñido que para nada combinaba con su vestido azul celeste, mismo que se notaba le resultaba incomodo.

“¿Y el resto de tus cosas?”, preguntó Sam.

“Tengo lo que necesito en la mochila, los escritores viajamos ligeros de equipaje”, respondió tajante.

Un soldado se acercó a la puerta y adoptó posición de saludo militar, llevando su mano a la frente, sacando pecho y declamando con voz firme el reconocimiento a su oficial superior.

“Buenos días, Coronel Lane”.

Sam contestó al saludo y con un gesto, indicó al soldado que llevara las maletas al Jeep estacionado frente a la casa. Impaciente, miró al interior de la casa. Sus mujeres no esperaron a que les llamara de nuevo, en fila aunque en completo desorden y con paso desigual, marcharon hacia el portón abierto.

“Por lo menos el viaje sería más rápido y menos aburrido si nos fuéramos en avión, aunque fuera en uno de esos aviones militares ruidosos e incómodos, en lugar de hacer este viaje en tren”, refunfuño la hija mayor mientras salía por la puerta.

“Ya sabes que no soporto las alturas”, se defendió Elenor saliendo tras ella con su hija Lucy. “Con suerte, tu padre será ascendido a General antes que termine el año y podremos por fin establecernos en un solo lugar. ¿No es así, querido?”.

“Vámonos ya antes que el tren se marche sin nosotros”, apuró Sam evitando responder a su esposa.

Mientras, varios kilómetros al oriente, Jonathan Kent condujo su camioneta por los caminos rurales cercanos a Smallville en dirección a las montañas, decidido a recuperar algo que había enterrado allí hacía ya más de una década. Esperaba que su recuerdo de aquel entonces le permitiera encontrar el lugar correcto y más que nada, que su viejo amigo Joseph Willowbrook escuchara el mensaje que le dejara esa mañana en su contestadora porque sin su ayuda, podría tardar más de lo planeado o incluso, fracasar en su intención. No, si algo le había enseñado a su hijo era a no desfallecer en una empresa iniciada y que el fracaso nunca era una alternativa aceptable o al menos, casi nunca. Para despejar la cabeza y ahuyentar las dudas, dio vuelta a la perilla de la radio para encenderla y sintonizar la emisora de noticias local.

“Amanece en Smallville y la noticia del momento no es otra que la detención anoche de Dan Fordman, quien fue sorprendido por la policía en las riberas del rio Elbow contaminándolo, aparentemente, con químicos producidos en la planta industrial propiedad de WheatKing”, canturreó la voz que salía por los parlantes del radio con marcado acento campirano. “Un representante de la compañía ha declarado esta mañana que Fordman actuó por iniciativa propia para evitar realizar el viaje hasta la planta de tratamiento de residuos en Midvale, sin embargo, queda esperar el resultado de las investigaciones iniciadas por las autoridades. Como nota curiosa, hemos sabido que Fordman ha declarado que un vigilante enmascarado que se movía más rápido que una bala le sorprendió esa noche y le dejó inconsciente luego de golpearlo con una fuerza descomunal. Si me preguntan, creo que el viejo Dan quiere hacerse pasar por loco para que le reduzcan la condena”. Hizo una pausa y luego continuó. “En otras noticias…”

¿Dan Fordman? Jonathan apenas si daba crédito a lo que escuchaba. Dan formó parte de la Cooperativa de agricultores hasta hace algunos meses, cuando se retiró porque sus cosechas ya no eran lo suficientemente buenas y abundantes para ser rentables, una pena. Por otra parte, una idea casi absurda cruzó por su mente al escuchar esa última parte de la noticia, pero tendría que esperar a regresar a casa para confrontar a Clark al respecto. Por lo pronto, estacionó la camioneta al borde del camino y descendió, había llegado a su destino.

Jonathan echó un vistazo a izquierda y derecha, no había señal alguna de su amigo Joseph. Puede que todavía estuviera de camino pero no quiso arriesgarse a esperarlo en caso que no hubiera escuchado su mensaje. Descargó una pica y una pala del platón de la camioneta y buscó el sendero que usó la primera vez que estuvo allí. Lo encontró ya cubierto de maleza, por lo que regresó a la camioneta y amarró un viejo machete a su cinturón. Volvió al lugar donde el sendero daba inicio y blandiendo el machete de vez en cuando para quitar alguna que otra rama, caminó casi un kilómetro cuesta arriba antes de toparse con una enorme roca.

“No recuerdo que hubiéramos subido tanto”, se quejó mientras jadeaba con fuerza.

Dejó caer las herramientas y se recostó contra la roca unos minutos para recuperar el aliento. Su corazón palpitaba con fuerza, bombeando con esfuerzo, por lo que descansó más de lo presupuestado.

“Quizás he debido esperar a Joseph después de todo”, se reclamó.

Cuando hubo descansado lo suficiente para regular su respiración, revisó la roca para asegurarse que era la correcta. En la parte baja encontró las letras “JK” escritas en pintura ya desgastada por el paso de los años, tan poco legibles que habrían pasado inadvertidas para cualquiera que no supiera que estaban allí. Sacó una brújula, ubicó el norte y avanzo doce pasos en esa dirección. La vegetación alrededor era de un verde vivo y los árboles cercanos eran frondosos y llenos de frutos. Si se observara desde lo alto, podría apreciarse una ligera pero marcada diferencia entre la tonalidad de esa área y la del resto de la zona. Jonathan contempló el escenario con admiración y sin más qué hacer, clavó la pala en el piso. La hundió otro poco presionando con el pie y sacó un puñado de tierra.

Al cabo de un largo rato, luego de repetir incontables veces esa rutina de clavar, hundir y sacar, Jonathan se sentó en tierra exhausto, tanto por el esfuerzo como por la presencia del cálido sol matutino, cuya luz y calor le habían acompañado durante toda la jornada, sin una sombra amiga que lo cubriera. Se secó el sudor de la frente con un pañuelo y tomó un poco de agua de la cantimplora que por fortuna llevaba consigo. Había cavado un hueco bastante grande pero todavía no llegaba lo suficientemente profundo para encontrar lo que buscaba. Empezaba a aceptar que si su amigo no llegaba pronto, tendría que cambiar de planes y conformarse con darle a Clark una nueva camisa como regalo de cumpleaños...

Lo peor de todo sería que tendría que tapar de nuevo ese hueco antes de irse con las manos vacías.

Fue entonces que una sombra lo cubrió y una voz curiosamente familiar lo saludó desde lo alto.

“¿Puedo ayudarte con eso?”, preguntó el recién llegado.

A esa misma hora, el timbre de la Secundaria Smallville anunciaba con estruendo el final de las clases. Los estudiantes saltaron a los pasillos del colegio y en estampida buscaron la salida para regresar a sus casas. Siendo un pueblo pequeño, para ese momento ya la noticia de lo ocurrido la noche anterior en el rio era de conocimiento de todos o de la mayoría, cuando menos. Todavía visiblemente emocionado y algo frustrado por no haber conseguido hacerlo antes durante las pausas entre clases, Clark se acercó a Lana ansioso por conocer su opinión sobre su hazaña.

“Lana, ¿escuchaste las noticias? Anoche atraparon a un delincuente contaminando el rio”.

La sonrisa desapareció del rostro de Clark cuando una Lana muy seria se da vuelta para confrontarlo. Clark estaba por descubrir que algunas veces, la verdad tiene más de una cara.

“¿Qué te tiene tan contento con eso, Clark? Ese delincuente al que te refieres como si nada, no es otro que Dan Fordman, el padre de Whitney”.

Whitney Fordman formaba parte del equipo de futbol americano del colegio y debido a su carisma, era uno de los estudiantes más apreciados tanto por profesores como estudiantes, siendo un fuerte candidato a ser escogido como el rey de la fiesta de promoción de ese año. Clark no trataba mucho con Whitney y conocía mucho menos a su padre, probablemente lo habría visto un par de veces a lo sumo y aunque lo hubiera conocido, con la agitación de lo ocurrido durante la noche probablemente no lo habría reconocido. Que mal, nunca hubiera imaginado, ni remotamente, que su “buena acción” pudiera ser motivo de tristeza y dolor para una persona conocida. Lana sintió que tal vez se le había ido un poco la mano en su reclamo, Clark no era una mala persona y sabía de sobra que jamás se disfrutaría con el dolor de otros, así que decidió perdonar la poca sensibilidad de su amigo por esta vez.

“Algunos hemos quedado en visitar a Whitney en su casa. ¿Quieres venir con nosotros?”, preguntó.

¿Podría? Clark sintió que no tenía el valor para ver a Whitney a la cara. Su conciencia estaba tranquila de haber hecho lo correcto, pero aún así no podía evitar sentir algo de culpa. Tenía mucho que pensar, necesitaba hablar con su padre y quizás juntos podrían encontrarle algo de sentido al revuelto de emociones que lo embargaban.

“No puedo”, respondió. “Debo atender algunas cosas en casa”.

“Igual puedes venir”, insistió ella. “Pasaremos por tu granja de camino a la casa de Whitney, te dejaremos de paso”.

El muchacho estaba en aprietos, no sabía cómo excusarse sin que su amiga sintiera que la estaba rechazando sin una aparente “justa” causa. Para fortuna suya, la ayuda llegó por cuenta de quien menos lo hubiera esperado.

“No podemos llevarlo, Lana. Ya somos muchos en el carro”, dijo Brad abrazando a Lana por la cintura, lo que por supuesto no le causó ninguna gracia a Clark.

Lana quiso insistir pero la terquedad de Clark pudo más. Los vio alejarse por el pasillo y sonrió de nuevo un poco al ver como ella retiraba la mano de Brad de su cintura, reclamándole por su atrevimiento cuando el muchacho quiso intentarlo de nuevo.

“Creo que todavía tienes chance, Clark”, comentó Pete acercándose por detrás e ignorando la mirada de “no entiendo a qué te refieres” de su amigo. Le golpeó suavemente el hombro (ya estaba acostumbrado a la sensación de golpear un roble milenario cada que hacia eso) y se ofreció a acompañarle de regreso.

“Gracias por la oferta, Pete. Creo que mejor me voy solo, quiero estirar un poco las piernas y sacarme algunas cosas de la cabeza”, replicó.

Clark salió de la escuela secundaria dando grandes zancadas. A lo lejos pudo ver el carro de Brad en el cruce ferroviario, esperando que terminara de pasar el tren de pasajeros para que la barra de seguridad les diera nuevamente vía. Para evitarlos, se desvió por entre varias calles corriendo cada vez a mayor velocidad. Pronto salió de la ciudad moviéndose rápido por entre la pradera, paralelo a las vías del ferrocarril. Delante suyo, los vagones del mismo tren que viera un rato antes le invitaban a que los alcanzara y aceptó el reto sin hesitación. La persecución le hizo esforzarse más y más, adelantando vagón tras vagón sin detenerse a pensar en lo que pasaría si alguien…

“¡Cielos! ¡Veo un chico allí afuera corriendo tan rápido como este tren!”, exclamó Lois sin creerse por completo lo que sus ojos creyeron ver. Pasó tan rápido que ya no estaba del todo segura de haber sido testigo de tal proeza.

“Lois Joanne Lane, sí que tienes el don de la inventiva de un escritor”, replicó su madre Elenor divertida con las ocurrencias de su hija mayor, mientras jugaba a chocar las palmas con la pequeña Lucy.

“¿Un ser humano más poderoso que una locomotora? Por favor Lois, usa mejor tu tiempo y lee tu libro”, demandó Sam sin apartar la vista de su periódico.

“Nadie me cree nunca”, se quejó la joven, mirando por la ventana. Se veían campos cultivados intercalados con praderas, pastizales y una que otra granja, paisajes propios de esa región de Kansas. Nada que remotamente confirmara su visión anterior. Desilusionada, tomó de nuevo su libro y continuó leyendo las peripecias de la condesa Natasha Rostova en Moscú.

El pedal del freno casi tocó el piso cuando la fuerza del pie lo llevó a fondo para detener el auto, lo que hizo con extrema brusquedad. Los chicos que iban en él abuchearon al conductor, pero Brad no les prestó atención. Estaba tratando de comprender cómo podía ser posible lo que estaba viendo allí, recostado muy campante sobre la cerca de la entrada a la granja de los Kent.

“Hey, miren”, dijo uno de los jóvenes que iban en el carro. “¡Es Clark!”.

“¿Clark?”, cuestionó Lana en una mezcla de sorpresa e incredulidad. “¿Cómo llegaste aquí tan rápido?”.

“Corrí”, respondió simplemente, sin poder borrar una sonrisa de satisfacción.

“Corriste, ¿eh?”, repitió Brad, todavía sin poder dar crédito y como no estaba dispuesto a permitir que Clark siguiera mofándose de ellos, quitó el freno para arrancar de nuevo. “Les dije que era un tipo raro. Vámonos de aquí”.

El carro descapotado rugió cuando el motor aceleró, alejándose rápidamente en medio de una polvareda comparable a la levantada por Clark cuando apuro el paso para llegar a la granja antes que su pedante compañero de clase. Todavía disfrutando lo que acababa de ocurrir, Clark tomó el camino de ingreso a la casa. La cara de sorpresa de Brad era un recuerdo que iba a atesorar durante mucho tiempo, tanto que casi había olvidado lo confundido que estaba por lo de Whitney y lo mucho que quería hablar sobre ello con su padre. Jonathan estaba recostado junto a la camioneta, había estado allí desde hace algún rato esperando la llegada de su hijo y había sido testigo de lo ocurrido en la entrada de la granja.

“Has estado presumiendo un poco, ¿verdad, hijo?”, le reprochó a Clark.

“No quería presumir, Papá. Es que, a tipos como Brad, me dan ganas de despedazarlos”, respondió apretando los puños primero y luego abriendo las manos con resignación. “No literalmente, quiero decir. Hoy por ejemplo, tan sólo quería llegar rápido a casa, luego me encontré con el tren y sabía que podía alcanzarlo, adelantarlo y lo hice, no fue difícil. Y cuando llegué y los vi acercarse por el camino, no pude resistirme a dejarle ver que hay quienes podemos ser mejores que él, de hacerle sentir por una vez un poco miserable, como lo hace conmigo y con otros”.

“Si, lo sé”, dijo Jonathan tratando de apaciguar la frustración de su hijo. Lo abrazó y caminaron juntos hacia la casa.

“Sé que no debería hacerlo...”

“Sí, sé que puedes hacer todas esas cosas sorprendentes y que a veces piensas que vas a reventar si no se lo dices a la gente”, intervino Jonathan.

“Si, eso es”, dijo Clark complacido en que su padre pudiera a pesar de todo, entender un poco su sentir. “Quiero decir, cada vez que toco el balón, sé que puedo anotar un gol”.

“Eso es seguro”, murmuró Jonathan sonriendo al recordar la travesura del puente.

“Cada vez”, insistió Clark para asegurarse de dar a entender su punto. “¿Acaso es presumir cuando alguien hace las cosas que es capaz de hacer? ¿Presume un pájaro cuando vuela?”.

Jonathan se detuvo cuando pasaban cerca al granero y se puso frente a Clark.

“No, no lo hace. Pero escúchame. Cuando llegaste a nosotros, pensamos que vendrían para llevarte lejos cuando descubrieran las cosas que haces. Eso nos preocupó mucho. Luego, uno se hace viejo, madura y ve las cosas de un modo diferente. Y todo se ve más claro”. Jonathan puso las manos sobre los hombros de su hijo y lo miro a los ojos. Esos ojos azules que le habían robado el corazón cuando lo encontraron junto a aquella cosa achicharrada, hace tantos años. “Y hay una cosa que entiendo ahora, hijo y es que estás aquí por alguna razón. No sé cuál o el porqué de esa razón es, quizás sea porque…”

Jonathan se contuvo. No era el momento, su hijo debía aprender esas cosas por su cuenta.

“No lo sé”, dijo finalmente. “Pero si sé una cosa, no es para anotar goles”.

Clark se rió y Jonathan con él.

“Y tampoco es para que salgas a hacer justicia por tu cuenta”, le reclamó seriamente.

Clark le miró como quien no sabe de qué va la cosa, pero mentir no era una de sus cualidades. Bajó la mirada y decidió que era mejor contarle todo de una vez.

“Estaba muy contento de lo que hice, fue muy emocionante la verdad. Pero esta mañana supe que el sujeto al que ayudé a que arrestaran era el padre de un compañero del colegio y yo no…”

“Sé que quisiste hacer algo bueno, Clark”, intervino Jonathan, pasando su mano por entre los cabellos rebeldes de su hijo para regalarle un poco de calma. “A veces incluso las mejores acciones tienen repercusiones, consecuencias que no podemos anticipar. El arresto de Fordman seguro evitará que Wheatking siga contaminando el rio, al menos por un tiempo. Y aunque hoy parezca que perjudicaste al padre de tu compañero, piensa que quizás evitaste que siguiera por un mal camino y terminara mucho peor”.

“No suena muy alentador”, se lamentó Clark.

“Escucha hijo, pronto te convertirás en un hombre, uno muy especial. Pero no será por cuenta de tus habilidades, de estos superpoderes. Serán las decisiones que tomes respecto al qué hacer con esos poderes y al cómo encares las consecuencias de esas decisiones lo que determinará la clase de hombre en que te convertirás. Y puedes tener la certeza, que tu madre y yo tenemos confianza en que serás un gran hombre”.

“Espero no decepcionarlos”, dijo Clark sonriendo de nuevo y apretando entre las suyas las manos de Jonathan, que temblaban un poco, acaso por la emoción del momento.

“A su tiempo, podrás hacer muchas cosas buenas por muchas personas, Clark. Y cuando ese día llegue, espero que no lo hagas como un vigilante enmascarado, alguien que infunda temor. Tienes un brillo especial, hijo, deja que todos lo vean”.

“Gracias, papá”.

“Una cosa más”, dijo Jonathan con algo de ansiedad en su voz. “Con algo de ayuda recupere la nave en que llegaste. Iba a esperar unos días hasta tu cumpleaños pero seguro la encontrarías antes con esa mirada tuya. Está en el cuarto oculto del granero…”

Clark no podía esperar para verla.

“Te reto a una carrera”, dijo impaciente comenzando a correr hacia el granero. “¡Corre! Vamos, muévete, muévete”.

Jonathan corrió unos pasos, sonreía y disfrutaba viendo a su hijo juguetear con su perro Labrador, que salió de atrás del granero para saludarle, saltando y moviendo eufóricamente su cola. Clark le acarició la melena marrón y luego le hizo señas para que él también le acompañara al interior del granero. Barón sin embargo se quedó afuera, estaba tentado a seguir a su amo pero se detuvo. Un presentimiento le hizo quedarse allí, esperando por el padre de su amo, que se acercaba dando pasos torpes.

El viejo granjero sintió una fuerte opresión en su pecho, un dolor intenso le hizo encalambrar su brazo izquierdo y el sudor que escurrió por su frente le nubló la visión. Sus piernas se quedaron sin fuerza y su pesado cuerpo cayó al suelo para no levantarse de nuevo.

“¡Jonathan!”.

Clark escuchó el grito de desesperación de su madre justo cuando iba a abrir la puertecilla que protegía el llamado “cuarto secreto”, una bóveda construida al fondo del granero. Aguzó un poco más el oído y entró en pánico cuando no pudo escuchar ni su voz ni los latidos de su corazón. Salió corriendo de allí con solo un pensamiento en su cabeza y lagrimas en sus ojos.

“¡Papá!”.

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Comentarios

  1. Ha pasado tiempo, ¿verdad?. Este ha sido hasta ahora uno de los capítulos más difíciles de escribir, no solo por la cantidad de cosas que suceden sino por la carga emocional que contiene. Hasta una próxima que espero no sea hasta dentro de tanto tiempo.

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