El tiempo pasa más rápido que lento mientras el día va acercándose a su crepuscular cierre.
A través de las grandes ventanas de la oficina contempla el cielo gris que lo cubre todo por encima de los muros de las bodegas circundantes mientras uno de sus compañeros conversa por el teléfono tratando desesperadamente de conseguir algún equipo de referencia particular. Al fondo, otro de sus compañeros, el de chaqueta en cuero negra y brillante, lee un artículo por Internet. Últimamente, el de chaqueta se la pasa navegando en Internet todo el tiempo, procrastinando sin pudor, quizás porque nada tiene que perder. Es su última semana de trabajo, ¿qué podrían hacer? ¿Echarlo? Nah, eso no va a ocurrir. Aún así, no puede evitar preguntarse cómo puede estar ahí sentado en la oficina todo el día haciendo nada más que consultar Google, Facebook o la cartelera de cines sin importarle quién pueda estarle viendo. No que él no lo hubiera hecho de vez en cuando, incluso más veces de las que quisiera reconocer.
Pasado el mediodía envió su último correo importante, uno con la información de costos requeridos por su jefe para una presentación ante las directivas de la empresa. No fue fácil conseguir la información, no porque fuera inaccesible, sino porque debía superar la barrera de solicitarla en un idioma que no era el suyo. Con la ayuda de Google había conseguido redactar un correo lo suficientemente decente para hacerse entender y a ese siguió otro de agradecimiento a la representante de ventas que tuvo el tiempo para contestarle. Esa pequeña victoria eso le había dado satisfacción suficiente para hacerle sentir alegre, pero al rato se sintió de nuevo vacío, ocioso. Revisó en los socavones de su memoria y en su listado de pendientes conformado por varias anotaciones en hojas de papel reciclado y su vieja libreta de notas, que otras cosas quedaban por hacer. Al final, se puso a revisar los correos personales, pagar la cuenta de la energía eléctrica para poder ver televisión otro mes y luego de eso, resignado, se dedicó a contemplar el trajinar de la oficina a su alrededor, conforme la hora de cierre se acercaba.
Antes de apagar su computador y empacar sus cosas para irse a casa en la ruta colectiva, se dejó perder de nuevo en aquel cielo gris, ajeno al paso del tiempo.
A través de las grandes ventanas de la oficina contempla el cielo gris que lo cubre todo por encima de los muros de las bodegas circundantes mientras uno de sus compañeros conversa por el teléfono tratando desesperadamente de conseguir algún equipo de referencia particular. Al fondo, otro de sus compañeros, el de chaqueta en cuero negra y brillante, lee un artículo por Internet. Últimamente, el de chaqueta se la pasa navegando en Internet todo el tiempo, procrastinando sin pudor, quizás porque nada tiene que perder. Es su última semana de trabajo, ¿qué podrían hacer? ¿Echarlo? Nah, eso no va a ocurrir. Aún así, no puede evitar preguntarse cómo puede estar ahí sentado en la oficina todo el día haciendo nada más que consultar Google, Facebook o la cartelera de cines sin importarle quién pueda estarle viendo. No que él no lo hubiera hecho de vez en cuando, incluso más veces de las que quisiera reconocer.
Pasado el mediodía envió su último correo importante, uno con la información de costos requeridos por su jefe para una presentación ante las directivas de la empresa. No fue fácil conseguir la información, no porque fuera inaccesible, sino porque debía superar la barrera de solicitarla en un idioma que no era el suyo. Con la ayuda de Google había conseguido redactar un correo lo suficientemente decente para hacerse entender y a ese siguió otro de agradecimiento a la representante de ventas que tuvo el tiempo para contestarle. Esa pequeña victoria eso le había dado satisfacción suficiente para hacerle sentir alegre, pero al rato se sintió de nuevo vacío, ocioso. Revisó en los socavones de su memoria y en su listado de pendientes conformado por varias anotaciones en hojas de papel reciclado y su vieja libreta de notas, que otras cosas quedaban por hacer. Al final, se puso a revisar los correos personales, pagar la cuenta de la energía eléctrica para poder ver televisión otro mes y luego de eso, resignado, se dedicó a contemplar el trajinar de la oficina a su alrededor, conforme la hora de cierre se acercaba.
Antes de apagar su computador y empacar sus cosas para irse a casa en la ruta colectiva, se dejó perder de nuevo en aquel cielo gris, ajeno al paso del tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario